¿Cómo podemos ubicar la educación del cuerpo, del alma y del espíritu bajo la imagen guía de la libertad? Es la pregunta que se hace la doctora Glöckler en la conferencia que venimos trabajando. Hoy quiero abordar aspectos prácticos que nos acerquen a la respuesta. En los primeros años, el desarrollo del cuerpo es lo principal y es crucial el desarrollo del sistema nervioso y de los órganos de los sentidos. Para una evolución sana en esta época, es necesario el juego libre; esto incluye todas las posibilidades de movimiento y el desarrollo de la inteligencia corporal.
Cómo nos llenamos de alegría al ver correr un niño tras una cometa o al sentir que la pelota es empujada por un pie juguetón. Por el contrario cómo es de pesada la atmósfera en una sala de televisión con los niños congelados frente a la pantalla. O cuando veo un niño apretando botones en una consola dirigiendo la carrera de un auto. Aquí el niño es un espectador pasivo y este es un tiempo perdido para él. “La activación motriz es el gran ‘Leitmotiv’ en los primeros nueve años de vida. La base de toda educación en libertad, es la vivencia de la libertad como sensación y esta se obtiene con el movimiento libre” (M. Glöckler).
En consecuencia es necesario crear ambientes propicios para el movimiento libre, para la danza y el juego. A todos nos produce una sensación placentera bailar, correr, caminar por el campo: allí nos sentimos corporalmente libres. Piensen en lo que significa lanzar una pelota o treparse a un árbol: allí está implicada la articulación del hombro que es la que podemos mover en todas las direcciones y la que tiene más libertad. Así, el movimiento libre, es la base para la educación corporal hacia la libertad.
Entre los 9 y los 16 años tiene lugar la maduración anímica. Se desarrollan la capacidad de comunicación y la vida de relación. Es otro nivel de libertad: es la libertad de expresión al hablar, pero también la capacidad de escuchar las palabras del otro. En este proceso de intercambio verbal y de emociones se realiza una verdadera ‘gimnasia’ para el alma, liberándola de temores y presiones. Con los niños pequeños no debemos hablar demasiado ni dar muchas instrucciones: allí cuenta la acción, la educación no verbal. A los 9 años empieza la cultura del verbo y en el con-versar, en las charlas y los encuentros, se ponen las bases para la libertad anímica, que es la libertad de hablar y escuchar.
Y entre los 14 y los 20 llega la libertad de movimiento espiritual o libertad del pensar. Y esto se conquista: primero a través de las preguntas adecuadas que incentivan el pensar propio antes de presentar un comentario o una posible respuesta. Y segundo a través de la búsqueda de las relaciones que existen en el mundo. Un aspecto crucial de la inteligencia es la capacidad de ordenar las cosas dentro de un gran contexto. “Inteligencia es poder establecer la correcta relación o referencia”. Internet presenta hechos y elementos aislados: solo la inteligencia humana puede ordenarlos y relacionarlos.
Volvamos al principio: ¿Cómo se relacionan libertad y límite? La libertad es la otra cara de la necesidad y del límite. Adquirir una capacidad implica un esfuerzo y hasta dolor. Pero una vez adquirida, nos movemos con libertad en esa capacidad. Así “la libertad es el resultado de una necesidad anterior”. Cuando actúo con libertad, soy realmente humano. “Entre mi libertad y la libertad de los otros se desarrolla la cultura humana” (Ibid.) Y aquí volvemos al tema del reconocimiento del yo ajeno, de la libertad del otro.
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