Todos los viernes al anochecer ocurre un ritual impostergable en casi todas las casas judías del mundo y de Medellín: la mesa del comedor es cubierta por un mantel elegante, sobre él hay flores frescas, a veces velas, panes trenzados de color dorado y ajonjolí, vino y una cena festiva, aunque no haya invitados, aunque no exista un motivo sobrenatural para celebrar.
El día de descanso comienza y esa es una razón suficiente para sentarse a comer con calma. La costumbre se repite incluso en las familias más humildes que ahorran dinero para que no falte la cena semanal o reciben ayuda de otros para que ocurra ese momento. Más que un mandato bíblico es un asunto de dignidad: descansar, celebrar la llegada del fin de la semana, ser conscientes de la libertad, recordar historias familiares, conversar con otros de temas trascendentales o más banales, escuchar con concentración, agradecer lo recibido, disfrutar las recetas y conocer sus ingredientes, su preparación.
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La comida es compañía y protagonista y su papel va más allá de los viernes; está en momentos variados de la vida: a las mamás de los recién nacidos se les mandan preparaciones capaces de dar descanso y alegría y las reuniones posteriores a los funerales se acompañan con recetas para que las personas en duelo coman, aunque no tengan deseo y se animen un poco en los momentos de oscuridad.
Hace unos años, una mujer llamada Ana Bensadón y conocida por difundir la cocina sefardí – de los judíos de España – publicó un libro que reunió recetas de personas en varios continentes. El libro lo tituló Dulce lo vivas, por esa expresión que dicen algunas familias sefardíes para agradecer a quien regala algo dulce. La repostería trae alegría, es emoción y al igual que las palabras dichas, invoca.
En estos tiempos raros que vivimos donde ha quedado en evidencia la fragilidad de restaurantes y el poder sanador de la comida, necesitamos unirnos para apoyar a nuestros cocineros y al mismo tiempo darle a la gastronomía el lugar protagonista que merece.
Que compartamos recetas, preparaciones, que la hora de comer sea un ritual y que nuestra gastronomía sea atractiva para quienes luego llegarán de visita. Que la pasión se sienta en las mesas, que comer sea una experiencia y revivamos las recetas de nuestras familias. Que vayamos más allá de los rollos de canela o el cheesecake (son deliciosos, pero hay otras recetas locales para probar).
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Para lograr lo anterior necesitamos compromiso de nuestros líderes locales y que nosotros, comensales, queramos los sabores populares y también estemos dispuestos a recibir los desconocidos.
Sumac: así se llama esta columna. En honor al Sumac, esa especia de color rojo intenso y sexy que surge de la planta Rhus coriaria y se usa para decorar o dar potencia al humus. Ojalá y las historias que aparezcan aquí sean un poco como esa planta: capaz de dar color a la vida y quitarle el sabor insípido que a veces tiene la vida en el barrio.
Por: Adriana Cooper