El olor a cazuela se queda impregnado en la memoria. Salir del Barco de Buena Mar es llevarse consigo sabores, olores e historias. Allí, un plato va más allá de una receta. Cada ingrediente ha sido tratado con amor, un amor que no empieza en la cocina, sino en el momento en que pescados y mariscos son capturados de las profundidades del Pacífico. Este restaurante, parada obligada para los amantes de la cocina de mar en Medellín, lleva 20 años deleitando paladares con una sazón que transporta directamente a las playas colombianas. Cazuela, pescado frito, arroz con mariscos, coctel de camarones… y la lista sigue.
Dos vidas se entrelazan en la historia del restaurante. La de Juan Carlos Uribe, un hombre que vive y respira el mar, y la de Carlina Mena, una mujer cuya sazón es el alma del barco. Su travesía conjunta comenzó en 2004, cuando Juan Carlos, entonces dueño de una pescadería, convenció a Carlina de acompañarlo a abrir un pequeño puesto de ceviches en Envigado.
“El local era diminuto. Los clientes eran pocos, pero fieles. La clave estaba en no perder la esperanza, en saber que un buen ceviche siempre encontrará su mesa”, recuerda Juan Carlos con una sonrisa que mezcla orgullo y nostalgia. Fue Carlina quien vio el potencial de mudarse al local que hoy ocupa el restaurante. Allí, Uribe atendía su primer negocio: la pescadería que ya lo había posicionado como un experto entre los restaurantes de Medellín. Y, aunque hubo temor, pues el local estaba (y está) rodeado de camiones, el potencial estaba claro: “Siempre he creído que la comida bien hecha llama a la gente”, dice Juan.
Carlina es la esencia de la cocina del Barco, una mujer que habla con la certeza de quien sabe que lo suyo es más que un oficio: es un arte. Creció entre los aromas de las ollas de su madre y su abuela en Apartadó. Allí, dirigió varios restaurantes antes de mudarse a Medellín en 1989, escapando de las dificultades que marcaron a Urabá. “La ciudad era dura; todo era costoso. Pero nunca dejé de cocinar. Para mí, cocinar es compartir un pedacito de mi alma”, cuenta Carlina.
A la ecuación se sumó Jakeline Sánchez hace 13 años, sobrina de Carlina y ahora, administradora del restaurante. Su historia es un reflejo de resiliencia: sobreviviente de la violencia en Apartadó, encontró en el Barco no solo un trabajo, sino un hogar. “Aquí aprendí que la comida no solo alimenta; también conecta, reconforta y cura”, dice Jakeline, quien maneja con destreza las operaciones diarias mientras mantiene viva la calidez del lugar.
El Barco de Buena Mar no es solo un restaurante; es un lugar donde las historias personales se entretejen con los aromas de los platos. Cada rincón cuenta algo: las boyas y maderas que decoran los salones provienen de los viajes de pesca de Juan Carlos. Cada plato, desde la cazuela de mariscos hasta el pescado frito, tiene detrás las manos expertas de Carlina y el equipo que ha formado. Y en cada mesa se siente la energía contagiosa de Juan, siempre atento, siempre sonriente.
Este restaurante ha resistido tormentas, como la pandemia. Pero, al igual que un barco bien construido, supo mantenerse a flote. Hoy, no solo es un referente de la cocina de mar en Medellín, sino un lugar donde cada visita es una experiencia que queda grabada en la memoria, como el olor a cazuela que persiste mucho después de haber dejado el lugar.
El lugar: El Barco de Buena Mar
Dirección: Cra 48 # 85-198, Itagüí.
En Instagram: @elbarcodebuenamar