/ Elena María Molina
Me sorprenden las personas que tienen la cualidad de ver en lo cotidiano cómo lo simbólico es realidad manifestada. Trato de hacerlo, de cultivarlo y de ir hacia las fuentes que en el interior de cada ser mantienen y muestran fenómenos que al ser rutinarios pierden la sutileza que nos remite a lo extraordinario.
Maestro por vocación, estudioso por pasión, el filosofo francés Bertrand Vergely habla del milagro y hoy quiero compartir algunos apartes que tocan y ayudan a integrarlo a nuestra vida.
El milagro obedece a una ley, nunca es fruto de la casualidad. Es el fruto de la ley de la realización, del complemento. Es el matrimonio entre lo celeste y lo terrestre. Esas nupcias que también nos rigen, nupcias entre lo masculino y lo femenino, el consciente y el inconsciente, la claridad y la oscuridad. Nada escapa a esa ley, ley del milagro, diferente a los prodigios fascinantes de los magos. La ley del milagro se ancla en lo terrestre, integra lo celeste y lo simbólico. Lo mágico es un acto que se realiza para tener notoriedad, para llamar la atención.
Los milagros llaman a lo celeste y al reconocimiento de lo esencial. Así fue en Caná. Todo fue un proceso que generó una gran mutación en todos los presentes: María, quien genera la acción, fue llamada “mujer”, y eso es el reconocimiento de la importancia del femenino, un femenino que mueve a aquel para el cual “aún no ha llegado la hora” y que en definitivo va hacia el femenino y libera lo esencial, y transforma el agua en vino. María cambió, Jesús cambió (no quería realizarlo) en ese vino lo antiguo a lo nuevo, el agua cambió. Cambió todo porque lo celeste y lo terrestre se unieron, el milagro.
El agua y el fuego, femenino y masculino aquí se unen en matrimonio. Femenino profundidad de la vida, el lado inconsciente con el espíritu, fuego celeste, producen vino de plenitud.
El milagro exterior no importa. Jamás es importante, porque no es un prodigio que atrae la atención. Lo maravilloso es cómo un milagro hace y permite que tantas cosas cambien, y confirma que vamos entonces de lo antiguo hacia lo nuevo. Porque cada día todo nos pide con los detalles pequeños cambiar, mutar. No hay que ir hacia la muerte, hay que ir hacia la vida. Hacia un hombre nuevo. El hombre que planta, que riega la tierra y que recoge la cosecha, realiza el milagro. Cultiva la viña, la irriga con el agua y la transforma en vino. Milagro histórico. Trasmutamos la naturaleza en milagro. Muta, mutamos.
Mutar o la posibilidad del camino hacia lo nuevo. Caná es una reflexión que permite ver de otra manera nuestras posibilidades. No hay prodigio. Hay símbolos. Hay milagro. Hay transformaciones donde el agua que nos purifica y que nos nutre puede transformarse a cada instante en un vino que nos produzca una gran embriaguez interior.
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