/ Elena María Molina
La creación es permanente. A cada instante la naturaleza, la vida y los cuatro elementos se renuevan. Tierra, agua, fuego y aire. Y aunque todas son energías creadas, el agua tiene el privilegio de guardar el secreto de la vida.
La tierra que poblamos es la misma, con pequeños cambios. Desde el principio bebemos la misma agua, el fuego evoluciona y permanece, y es el mismo aire el que respiramos. Pensarlo me estremece y al mismo tiempo me hace sentir responsable. Quiero ir más allá, hacia su simbolismo, que es lo apasionante del tema.
Mas o menos el 75% del cuerpo es agua. Podemos ver gracias a las lágrimas que bañan y limpian los ojos. Tenemos el sentido del gusto gracias a que la lengua se mantiene empapada. Respiramos porque los pulmones se mantienen húmedos. El agua distribuye los nutrientes y ayuda a regular la temperatura del cuerpo. Enumero para sentir lo importante que es. Pero no quiero referirme a lo físico, para eso, otros tienen la palabra. Quiero hablar del aspecto simbólico y de la importancia del agua en la vida espiritual del Ser.
Agua vida, agua llena de germen, de inicios, de promesas, de potencialidades. Agua que limpia, que purifica. El agua es el elemento que permite que el Espíritu se manifieste. “Y el Espíritu de Dios planea sobre las aguas”. Y hay aguas o potencialidades, y aguas que pueden tomar formas. El agua fertiliza, fecunda y, en exceso, engulle, daña, arrasa, trae amargura, su profundidad asusta.
En casi todas las culturas el agua hace parte de los rituales de iniciación y de purificación. Las lluvias son manifestación de la “benevolencia divina”, permiten que la naturaleza se exprese y crezca y dé frutos.
Simbólicamente el agua sugiere resultado de la vida espiritual y del Espíritu. Quien beba de esta agua, jamás tendrá sed. Agua, para la tradición a la que pertenecemos el agua es símbolo de eternidad: sana, rejuvenece, nos introduce en ella.
A nivel del cuerpo humano las aguas cumplen su labor alquímica en el triangulo que podemos trazar por el ombligo – el trazo horizontal y se reúnen los dos trazos en la parte inferior del pubis-. El triángulo donde somos gestados, donde crecemos y nos alimentamos en la vida intrauterina, desde donde nacemos, donde el mundo emocional se contiene, donde habitan los pequeños peces que nos perturban con su movimiento armónico y contradictorio, donde se mueven los cardúmenes de una sociedad que revela cierto tipo de comportamiento exaltado, y donde están escondidos, siempre al acecho los grandes peces, las ballenas listas a engullirnos si no les prestamos atención o como Jonás, tratamos de huir de lo que la vida nos exige.
Son los elementos la materia viva que la naturaleza expresa en todo su esplendor y que el cuerpo humano manifiesta en su inmensa belleza y sabiduría. Y es desde el cuerpo que hay que hablar del contenido simbólico de estos.
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