Un vistazo a ciertas matriarcas que levantan polvareda por donde pasan, porque les chifla el protagonismo.
Creía que las matriarcas eran tromponas, orejonas, voluminosas y de andar lento… Error. El diccionario de la RAE me lo demostró. Y, de paso – ¡aguafiestas! -, me decepcionó. Las matriarcas no son solo hembras fascinantes que se ganan el respeto de la manada. No.
“Matriarca: mujer que ejerce el matriarcado. Matriarcado: predominio o fuerte ascendiente femenino en una sociedad o grupo”, dice la Real Academia. Y con ella no se discute. Menos en los momentos de efervescencia que vivimos en Colombia, repletos de elefantes que se tongonean por las sabanas de Bogotá y de la costa norte. Y de ciertas matriarcas que levantan polvareda por donde pasan.
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Un vistazo sobre lo que proyectan algunas a quienes les chifla el protagonismo:
Maria Fernanda Cabal. Busca izquierdistas por entre las piedras y adivina mamertos por entre las sombras. Y husmea infiltrados entre sus compañeros del senado y del CD. Y suelta unas perlas… Las más recientes, reveladas por la revista Cambio: “Duque es un liberal de izquierda, un mamerto, un güevón”, “José Obdulio es el ala marxista del Partido, un veneno”, “Luigi Echeverri es un vago, no sirve para un culo”. (Oh, oh). Si bien la conversación era privada (¿hasta qué punto son privadas las palabras y actuaciones de los hombres y mujeres públicos, cuando unas y otras tienen qué ver con temas ídem?), terminó siendo un autorretrato de mera elegancia. Con matriarcas así…
Ingrid Betancourt. (Favor no olvidar la “o” y la “t” del apellido, le puede dar patatús a la candidata que llegó del frío). Bajo la mirada, el tono de voz y el lenguaje corporal de Caperucita, esconde un oportunismo, un utilitarismo y un egocentrismo afilados como dientes de lobo. Su condición de víctima del secuestro merece el respeto incondicional, así como lo merecen las demás víctimas –visibles e invisibles- de este flagelo. Pero su condición de matriarca política… (Se parece a un expresidente que pasa sobre el que sea para conseguir sus objetivos). La cizaña que sembró en la tuntunienta Coalición de la Esperanza, de la que salió dando un portazo, insuflada de Verde Oxígeno, la dejó en evidencia: jugar a la gallina ciega con la corrupción y las maquinarias, así no tenga idea de cuáles son y dónde están, es lo suyo de tanto en tanto. De resto, les Champs Elysées.
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Margarita Rosa de Francisco. Reina de belleza, en su época; de telenovelas, de realitys, de corazones y, ahora, de las redes sociales. Con cerca de 2.5 millones de adoratrices en twitter -sigue siendo la Niña Mencha de mucho nostálgico e, incluso, de mucho recién llegado- y por cuenta de su pasión otoñal por Gustavo Petro –todo le gusta de él: “pues ojalá los tragos le cayeran a la gente así de bien”, anotó después del show en Girardot-, alcanzó el puesto de matriarca de los petristas. En un santiamén, sus trinos la convirtieron en la Hanna Arendt del Pacto; desde Miami eso sí, de lejitos es mejor. Sin que nadie del tropel se atreva a insinuar que su palabra no es la ley, qué tal caer en desgracia.
Ay, país: ¿a dónde fue a parar tu sensatez? (Faltaron varias ciertas matriarcas).
ETCÉTERA: No me siento representada por ninguna de las anteriores, prefiero a las orejonas de otras sabanas… (Aquí entre nos).