Jerónimo Luis Quintero

Un nuevo conquistador, apellidado Quintero, planeó desde Bogotá lo que sería el descubrimiento, la conquista y la colonización de estas tierras habitadas por infelices bárbaros.

“Después de que el conquistador Jorge Robledo descubrió la mayor parte del departamento se detuvo en Heliconia para observar la depresión de la cordillera y permitió que sus tropas descansaran allí”, recitaban de un tirón, en el acto cívico de cada agosto, las alumnas más aventajadas. A todas se les acababa el aire y, claro, la aventura quedaba en punta. Wikipedia les hubiera dado una manito: “El Valle de Aburrá, en donde hoy se asienta Medellín, fue visto por primera vez por los españoles el 24 de agosto de 1541. Una expedición de 32 hombres venía en búsqueda de tierras y riquezas al mando de Jerónimo Luis Tejelo, un adelantado capitán protegido por el mariscal Robledo…” Y blablablá, hasta nuestros días.

Falso de toda falsedad.
Medellín fue descubierta desde la Sabana de Bogotá, en 2019, cuando un nuevo Jerónimo Luis, apellidado Quintero, bogoteño hasta los tuétanos, adelantado candidato protegido por los mariscales Pérez y Gilinski y Petro y Gaviria, al mando de un puñado de hombres y mujeres: familiares, amigos, politiqueros, expertos en bodeguitas, refractarios a críticas o sugerencias, planeó lo que sería el descubrimiento, la conquista y la colonización de estas tierras habitadas por un poco más de dos millones y medio de infelices bárbaros.

Cuán afortunados fuimos al ser objeto de la atención de este visionario insuflado de adanismo (antes de él no hubo antes) y mesianismo (escogido por los dioses). Cuatro vidas serían pocas para agradecerle su conmiseración, su generosidad, su ojo de águila. Qué más que fue el primero que vio la oportunidad de poner a Medellín en venta –eso nadie se lo podrá desconocer jamás-, no sin antes barrer y trapear con Hidroituango, EPM, el GEA, la BPP, el Inder, Ruta N, el Jardín Botánico, Telemedellín, Buen Comienzo, la honra de quienes no bailen al son que les toca… Una toma hostil de la ciudad, aplicando la estrategia de tierra arrasada de la que hablaba Heródoto en 400 a.C., adaptada a la posmodernidad. ¿A la posverdad? A guerras sibilinas, en todo caso.

Ganó en las urnas la alcaldía que ocupa desde enero 1 de 2020 –una escala técnica en el viaje hacia la presidencia de la República- y apareció en La Alpujarra como un Caballo de Troya que, una vez instalado, pateó a ciudadanos muy respetables que, de buena voluntad, le ayudaron a entrar de cabestro. Divide y vencerás era el mandato que traía grabado en mente y corazón. Para lograrlo, los medios del altiplano -los que le interesan-, le sirven de megáfonos. (Su jefa de prensa trabaja en Semana, corre la voz).

Mucha gente sospechó de sus intenciones desde el principio y yo, que no lo conozco y no voté por él –no voté por ninguno-, desprevenida, le daba un prudente compás de espera. Hasta que pasó lo que tenía que pasar: perdí la inocencia. Un dirigente que, en lugar de aglutinar, indispone a unos contra otros a punta de trinos envenenados, es tóxico; sólo por eso –sin ahondar- no es, no puede ser un buen gobernante. Ni aquí ni en ninguna parte.

(No firmé la revocatoria, no me gustan las revocatorias en general. Y no soy “ista” de candidato o partido o movimiento alguno. Voy por libre).

ETCÉTERA: Ay, Jerónimo Luis, ¡cómo ha cambiado la Historia! (Le hablo al difunto).

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