Me escuecen los gritos de “padre, madre, tenemos hambre…”; me sobrecogieron los trapos rojos en la Regional; me angustian quienes duermen en las calles céntricas de El Poblado.
“Callejiar por Colombia inspira”, dicen mis amigos de @lacallecocina, que justo estaban listos para salir con sus carritos a vender unos fritos deliciosos cuando llegó la pandemia, en un proyecto con un alto sentido social en el que algunos carritos estarían en manos de personas que necesitaban opciones de ingresos.
No se quedan quietos, claro, ahora mandan a domicilio sus preparaciones. Tuvieron su especial para el 20 de julio –sobrebarriga de carretera–, y hace un año saboreé su menú de independencia en Ciudad Café Medellín.
Quisiera traerles la historia del dueño de algún carrito de esos que ahora anda parqueado, pero eso habría implicado contacto, salir a buscarlo, hablar con él. Guardada en la casa resulta poco probable.
Por estos días mi cerebro es una reflexión permanente que no lleva a ninguna parte, como si estuviera atragantado. Me pregunto qué hacer cuando llegan a pedir comida frente al edificio que habito, me escuecen los gritos de familias diciendo: “padre, madre tenemos hambre…”; me angustian los muchos que duermen en las calles en la zona céntrica de El Poblado –y supongo que en otras que no he visitado–; me supera la impotencia.
El privilegio resulta hoy una bofetada, lo agradezco cada mañana al despertarme, pero a lo largo de la jornada me pesa ante una realidad que aflige; como familia hemos apoyado a personas cercanas y causas diversas, pero son tantas las necesidades que es imposible atenderlas a todas. Compramos comida en tiendas, mercados y restaurantes; apoyamos iniciativas como Mucho Colombia y sus productos de regiones del país; promovemos a emprendedores y participamos en eventos académicos y charlas virtuales que generan reflexiones fundamentales para estos tiempos.
Pero la pandemia promete instalarse en nuestras vidas por un buen tiempo y las calles de la ciudad estarán cada día más y más llenas de seres humanos hambrientos. ¿Cuál es el papel de las parroquias en estos días?, ¿qué tal si sus líderes centralizan ayudas para que cuando vengan a pedir a nuestras puertas podamos guiar a estas personas hacia allá? Necesitamos líderes que aglutinen esfuerzos y permitan que las ayudas sean bien distribuidas; los gobernantes tienen muchos retos –e incertidumbres– y no podemos delegarles todo.
Mientras tanto espero que avancen los permisos para abrir los restaurantes que tengan las condiciones para hacerlo y que los carritos callejeros también encuentren la mejor manera de salir a antojarnos de nuevo. Junto a La Strada hay siempre uno que vende mecato empacado, y que me resulta un buen modelo de protección: el propietario tiene su tapabocas bien puesto, puso un plástico grueso ahuecado en la parte inferior para separarse de los clientes, recibir el pago y entregar los productos y dispone de gel antibacterial; le hemos comprado agua embotellada para darle a nuestro perro en las caminadas.
Sí, agua en botella plástica, por estos días hay que elegir también esto. Por ahora dejo de lado mi consciencia ambiental, aunque por ningún motivo me permito que mi tapabocas desechable quede olvidado en media calle. Ya tenemos bastante con el plástico.