No me gusta la queja, por la queja misma. A mis pacientes los aliento a quejarse sin pudor frente a los dolores de las agujas o los dolores del alma. Pero hoy me debo lamentar, de nuevo, por la triste situación de nuestra cultura enferma. Ya decía en la entrega anterior que estamos enfermos en los tres niveles del organismo social; hoy me voy a referir a un segmento bien importante de la humanidad, a los que representan el futuro, a los que nos llenan de alegría y esperanza: a los niños. Cuatro situaciones, todas ellas frecuentes, impactan el desarrollo de la individualidad del niño y le impiden crecer como ser libre, como verdadero ser humano.
La primera es el maltrato y la violencia física: los invito a leer el artículo ¿Cómo afecta la violencia el cerebro de los niños?; donde se da cuenta de las graves consecuencias que tiene la violencia emocional y/o física en el órgano del pensar humano. “El cerebro es el instrumento del pensar” (R. Steiner). Y este instrumento se afecta cuando el niño no es bien tratado en su corporalidad. Pero lo más grave es que el maltrato no permite que la individualidad en ciernes se estructure correctamente en ese cuerpo inmaduro. En el desarrollo del niño ubicamos el ‘nacimiento psicológico del yo’, o primera experiencia del yo humano, entre los dos y medio y tres años de vida, cuando el niño tiene la vivencia de su individualidad y se nombra a sí mismo, ya no en tercera persona, sino en primera: “Yo quiero, yo solito…”.
La segunda situación es el abuso o violencia sexual. Debo recordarles que el primer sentido que desarrolla el niño es su relación con el entorno es el tacto. Tocar libremente y ser bien tocado permiten un desarrollo saludable y promueven la confianza del niño en el mundo. Un buen desarrollo del tacto, permite una posterior transformación en el sentido más elevado de la evolución humana: el sentido del yo ajeno. Allí el tacto se transforma en contacto. Cuando un niño es mal tocado, la confianza se transforma en miedo, el tacto se vuelve distancia y el contacto desconfianza. Estos chicos van a reaccionar defensiva o agresivamente, cuando estén frente a situaciones difíciles o seres humanos desconocidos.
La tercera, tan común en la modernidad y en la cultura machista, es el abandono, más frecuente por parte del padre; el abandono se transforma en dependencia y es el caldo de cultivo para comportamientos adictivos y dependientes en otras edades. Es frecuente que a este abandono le suceda una protección enfermiza y excesiva por parte de la madre.
La cuarta situación, tan nociva como las anteriores, es el exceso de afecto o la superprotección. O desde otro ángulo: la falta de límites. Conocimos recientemente un artículo de la Voz de Galicia, España, donde se presenta el concepto de ‘hiperpaternidad’: “Los niños de hoy son víctimas de una nueva epidemia de sobreprotección que les impide ser autónomos y les hace frágiles”. Dice el pedagogo y filósofo Gregorio Luri en el citado artículo: “Tal vez estamos criando la generación más frágil e insegura de la historia”. Profundizaré en los efectos de estas situaciones.
Coda: Gratitud a la psicoterapeuta argentina Adriana Masieri, a quien escuché hablar, por primera vez, sobre estos 4 impactos.
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