En un país donde la violencia es endémica, es sensato preguntarnos cuál es la paz que esperamos. ¿Es el deseo de paz un ensueño? ¿Es el sueño del alma? Siento que hay que hablar de la paz que queremos, para que no sea tan ilusoria que las barreras de la realidad nos conduzcan a grandes frustraciones.
Cautivada por lo que la cábala enseña, mi reflexión se estremece cuando pienso en las palabras de Cristo: “¡No vine a traer la paz sino la espada!” Sí, la espada, esa maravillosa capacidad de discernir, definir y nombrar, que nos remite siempre a entrar en contacto con nuestra interioridad –tema único de estos artículos–. No podemos seguir pensando en la paz ilusoria, ilimitada, practicando virtudes aparentes, exteriores a nosotros mismos, en un estado de infantil de buena conciencia.
Somos como Cristo espada, aquella que nos debe permitir atravesar lo ficticio y penetrar en lo real; el mundo interior. Un hombre–espada sumado a otros hombres–espada constituyen este país. Un hombre claro, justo, responsable. La apariencia es solo un límite.
La espada discernimiento, la espada verbo, nos construye y con ella construimos nuestra realidad, y al mismo tiempo, ella, la espada, nos verifica y prepara nuestro devenir. Espada verbo –palabra– es nuestra sentencia que vivifica o que corta y mata para vivificar. Espada que muestra el camino de las mutaciones, de las transformaciones y si no cambiamos, si no mutamos, lo que vivimos son regresiones, es decir, repetimos y repetimos la historia. Esta historia de violencia hay que cambiarla, para eso es la espada en cada ser, la que permite la transformación y enfrentar nuestros enemigos. ¿Enemigos? Partes de nosotros mismos. Espejos para reflexionar.
Es nuestra obligación como ciudadanos esperar que nuestros dirigentes utilicen la espada, respalden la legalidad y cuiden que la justicia sea justa y, ante todo, que se haga justicia. Eso es el respeto que nos deben, eso esperamos de ellos. Y es en todo los campos, el social, el político, la salud, la educación.
La energía de la espada–discernimiento, palabras justas, es tan importante como la misericordia y la tolerancia. No hay que exaltar ningún exceso, ni el de la fuerza ni el de la paciencia, cualquier exceso es una locura.
La paz es un logro que exige sacrificio de todos y a propósito encontré en un articulo sin autor: “El sacrificio significa la elección deliberada, clarividente, de un bien elevado con preferencia a uno inferior”.
En realidad, el sacrificio es una transmutación de fuerza. ¿En qué vamos a trasmutar tanta violencia? Es posible cambiarla por algo diferente, por algo nuevo, que nos permita construir una historia distinta con una paz cuyo camino y meta desconocemos. Pero si hay respeto mutuo, respeto justo, seremos distintos y, espero, un poco más amorosos.
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