/ Jorge Vega Bravo
Desde niño tengo fascinación por las piedras. Bolsillos rotos por los guijarros recogidos en los paseos por el campo, pescando briolas y capitanes y cogiendo guayabas. Piedras con formas curiosas, con líneas extrañas y algunas que recordaban la forma del corazón. Empecé a escribir la historia de un rey que para aliviar la dureza de los corazones de sus súbditos, les puso la tarea de buscar piedras con forma de corazón. Y transformó el alma del pueblo.
El corazón es el órgano central de los mamíferos superiores y del ser humano. No solo está en el centro del pecho sino que es considerado el portador de la vida y el centro de la economía corporal. En otros modelos médicos el corazón es la expresión de la fuerza del sol y tiene relación con el oro, metal solar; en la medicina antroposófica usamos medicamentos con oro para armonizar el corazón. Para la medicina china antigua y la medicina antroposófica el corazón sirve de puente entre el cuerpo y el alma. Eugen Kolisko, médico alemán (1893–1939) y R. Steiner demostraron que el corazón no es una bomba. El corazón es un verdadero órgano sensorial, un órgano de percepción para lo interno y se mueve por el impulso de la sangre y por su actividad eléctrica. En él se encuentran de manera equilibrada las dos fuerzas polares del ser humano: el sistema neurosensorial, cuya sede principal es la cabeza –representado en el corazón por sus sistemas de conducción–, y el sistema metabólico motor, cuya sede son los miembros y el abdomen –representado en el corazón por los músculos y la sangre–. También en él confluyen las capacidades anímicas del pensar y del actuar, armonizadas por el sentir.
Un ser humano coherente es un ser que piensa, siente y actúa en la misma dirección. El sentimiento es un importante mediador entre el pensamiento y la acción.
El corazón, como órgano del sentir, nos provee un equilibrio importante en muchos ámbitos. Es un órgano rítmico y junto al pulmón y el timo constituye el sistema rítmico del hombre, fuente de la salud, de la armonía. Los antiguos decían “la salud está en el medio” y el corazón provee un punto central, una fuente de equilibrio que necesitamos como nunca en esta América Latina que busca con afán su identidad, que se reconoce en la pluralidad, esta América donde, al decir de William Ospina, todos somos extranjeros y donde las prioridades son las mismas que las del planeta.
Si miramos la geografía de América desde un punto de vista tripartito, el norte de América es el polo neurosensorial: allí tiene gran fuerza el pensar. El sur de América (Brasil es un ejemplo) es el movimiento, el metabolismo. Centroamérica, Colombia y la convulsa Venezuela ocupan el centro del continente y tienen el papel del corazón.
Un corazón que aún no encuentra el ritmo, el equilibrio, un corazón enfermo: sufre la taquicardia incoherente de nuestros vecinos venezolanos y la paquidérmica bradicardia de nuestra salud, nuestra justicia y nuestra educación –tres grandes desajustes en nuestro proceso–.
Si no retornamos a la simplicidad, a lo primordial, a lo rítmico, no podremos sanar ni avanzar. A veces percibo que nuestros dirigentes tienen corazón de piedra y que no son coherentes. La esclerosis, el endurecimiento del corazón es la principal causa de muerte. Rescatemos la posibilidad de sentir, de pensar con el corazón. Bien afirmaba Pascal: “El corazón tiene razones que la mente no comprende”.
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