/ Juan Carlos Franco
Qué vaina, el futuro no es lo que era antes. Casi 15 años más allá del tan esperado año 2000 aún no hemos reemplazado los carros con helicópteros personales, medio mundo aguanta hambre, los países siguen peleando con cualquier excusa y quedan pendientes demasiadas cosas más difíciles y enredadas de lo que suponíamos.
Sin embargo, si miramos celulares e internet, hoy es posible hacer un sinnúmero de operaciones que exceden cualquier imaginación del pasado. El futuro aquí sí se apresuró. Tanto, que el mundo no está preparado.
Resulta que uno por internet puede ofrecer en alquiler su casa o apartamento para que personas de cualquier parte del mundo vengan a alojarse. La página más conocida es Airbnb, que ofrece infinidad de opciones en muchas ciudades.
El potencial cliente selecciona con base en fotos y comentarios de huéspedes anteriores. El dueño del inmueble recibe la solicitud y decide si lo acepta. Airbnb actúa como intermediario y garante. Y, al final, dueño y cliente son calificados por su contraparte según la experiencia de cada uno.
Y si usted tiene carro también puede ofrecerse como conductor de algún desconocido para transportarlo por la ciudad. Las apps más famosas en el mundo son Uber y Lyft. Esta última, que identifica sus vehículos con enormes bigotes de lana rosada al frente, se ofrece como “su amigo con carro”. Conductores y vehículos son escogidos con criterios estrictos. Lyft se cobra de la tarjeta del cliente solo cuando llega seguro a su destino. No hay que llevar dinero.
Según el dueño de casa, simplemente está aprovechando mejor un activo subutilizado. A nadie le viene mal el ingreso adicional. Lo mismo el conductor. Además con el carro se consiguen nuevos amigos, no hace falta conocer la ciudad -para eso está el GPS-.
Para el cliente, quedarse en una vivienda en lugar de un hotel normal tiene sus ventajas. El precio puede ser la mitad, por un área el doble o más de una habitación sencilla. El vecindario puede ser más acogedor, no se depende tanto de restaurante, se consiguen amigos, etcétera.
Y el que usa Uber o Lyft probablemente encuentre un auto de mayor comodidad, limpieza o tamaño que el taxi de la calle, además de un conductor con un deseo genuino de agradar y ganarse la mejor calificación.
Pero, ¿qué opinan los hoteles y las empresas de taxi, que viven en un ambiente lleno de regulaciones e impuestos? ¿Y qué dicen las autoridades, que tendrían a una parte de la población contenta pero a la otra protestando, además de que dejan de percibir impuestos? ¿Y quién responde si hay accidentes y los seguros no existen o son insuficientes?
Para los hoteles el golpe de Airbnb puede ser muy fuerte. Por algo esta empresa de puro software ya vale más en bolsa que casi todas las cadenas hoteleras del mundo. Pero los hoteleros no dudan en calificarla como piratería que hay que cortar de raíz.
Y para las empresas de taxi, acosadas ya por el mototaxismo, la amenaza es mayor todavía. De ahí las protestas que llevaron al gobierno distrital de Bogotá a prohibir Uber.
Pero, por más que se quejen y por más que las ciudades impongan condiciones, el poder de la tecnología y de las redes sociales es incontenible. La gente siempre estará atenta a una oferta atractiva, sobre todo si la hace sentir mejor.
Hoteleros y taxistas, o se adaptan a los nuevos tiempos o se los lleva la corriente. Pregúntenle a las agencias de viajes o librerías, ¿no?
Y a las ciudades que no las agarre la noche sin la normativa flexible e inteligente que acoja el nuevo futuro sin aplastar al pasado.
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