/ Etcétera. Adriana Mejía
Por estos días, para quienes gustamos del cine casi tanto como de la vida, la “b” no es de burro o de Barcelona; es de Bélier o de Birdman. (Si ya no están en cartelera, el problema es menos que menor, posibilidades de verlas las hay con todas las de la ley).
La familia Bélier, para comenzar, es una inmersión en una aparente anécdota que se supera a sí misma, para convertirse en un momento de decisión bello y refrescante. Tiene la sazón que hace que una receta, a pesar de contar con los mismos ingredientes de siempre, resulte diferente. Aplicado a la pantalla, claro. Si el espectador supera el párrafo con el que se anuncia esta cinta de Eric Lartigau: una adolescente parlante sirve de intérprete a su familia sordomuda, hasta que se enfrenta al dilema de seguir en el campo o viajar a París a probarse como cantante –insufrible promoción-, al cabo de cien minutos saldrá gratificado. Y liviano, después de haber reído con la finura de los apuntes y llorado con lo entrañable de las situaciones. (Un crítico jamás pronunciaría estas palabras, ni siquiera por escrito).
No es La Película, ni mucho menos, pero sí es una muy buena opción en una cartelera como la nuestra, tan dada a inundar los teatros de largometrajes con sobredosis de adrenalina, en busca de hacer taquilla. (Es frecuente que en un complejo de diez teatros, por ejemplo, la oferta no pase de tres películas de acción extrema. Pilas distribuidores, hay que ampliar el abanico, ya no son ustedes los únicos dueños del balón. En el sofá de la casa también saben rico las palomitas).
La ambientación, la banda sonora y la fotografía son sencillamente espectaculares. La actuación del papá, la mamá y el hermano de la protagonista –de los cuales sólo el chico es sordomudo, los demás se prepararon durante seis meses en el lenguaje de los signos- es convincente y la de Paula –finalista de La Voz 2013 en Francia- promete grandes sorpresas. El profesor de canto: amargado, cascarrabias y solitario, francés hasta los tuétanos, resulta siendo un personaje adorable.
La cotidianidad de esta familia Bélier –“con b de bueno”, según Paula– es una corriente de aire fresco que hay que aprovechar, en medio de la contaminación que nos agobia.
Y en la otra orilla: Birdman. Dramática, intensa, compleja. Una amalgama entre imaginación y realidad que lo mete a uno de patitas en el teatro, por cuyos recovecos se desarrolla un canto de cisne final de un actor en decadencia. Dirigida por Alejandro González Iñárritu, uno de los tres directores de mostrar que tiene México. (Los otros dos: Alfonso Cuarón: Gravity y Guillermo del Toro: El libro de la vida).
Hasta dónde es GI el director y hasta dónde el relator de vivencias propias, a las cuales pretende conjurar. Hasta dónde es Riggan Thompson el protagonista que quiere desprenderse, en la ficción, de su papel de Birdman –la saga del superhéroe que le dio el éxito pero le arrancó de un cuajo su autoestima actoral- y hasta dónde, Michael Keaton el actor que da vida al personaje, estaba a la espera de una oportunidad que le permitiera demostrar su indiscutible talento en entredicho, luego de haber interpretado a Batman en dos ocasiones. Soberbia la actuación de Keaton.
Tiene una particularidad la película: acaba como cada quién quiere suponerse que acaba, en todo caso de una manera nada convencional. ¿La apuesta de Iñárritu es tan arriesgada con la propuesta, como lo es la de Thompson con la adaptación teatral de una obra de Raymond Carver? Se queda el cinevidente con interrogantes varios al cabo de dos horas de mucho estrés que valen la pena porque, además de profundizar en la reflexión sobre lo fugaz y veleidosa que es la fama, con este filme –plagado de seres atormentados- GI comprueba cuán taquillero puede llegar a ser un trabajo que fue hecho sin pensar en la taquilla. Reconfortante evidencia.
ETCÉTERA: En cuanto al Francotirador de Clint Eastwood, cuya magistral realización no está en discusión, no puedo decir nada. Todavía estoy en proceso de recuperación. (Qué porquería es la guerra).
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