/ Elena María Molina
Comunicar, amar, establecer lazos, alianzas. A eso nos invita la vida. Caminando percibimos que son esos valores los que nos mejoran el gusto por lo que hacemos y sentimos. Ligado a esto, descubrimos que la libertad nace de la íntima obediencia a esos compromisos tácitos que ellos exigen consigo mismo y con el otro y entonces nos cuestiona y reafirma, porque si falta fidelidad a ellos nos sumergimos en un abismo en que vivimos una libertad ilusoria, sin sentido.
Así que optamos por el confort de cambiar, vivir en búsquedas que, sin percibirlo, nos conducen a abismos profundos. Insaciables, el mundo nos alienta a saciar nuevos deseos, a tener sed de más y detrás de cada satisfacción un vacío más profundo que debe ser saciado.
No cambiamos para nada, ¿cuál evolución?
Como me encanta el mito, y por ahora me dedico al estudio del mito judío cristiano, me pregunto en qué hemos progresado frente al ofrecimiento de la serpiente en el paraíso. El fruto, la manzana con sus tres características: bueno para comer, deseable a la vista y preciso, precioso para triunfar. Las tres tentaciones. Frente a las relaciones, los objetos y las situaciones que anhelamos conquistar.
Lo interesante surge cuando la vida nos verifica, nos arrebata lo que nos asegura, o que teníamos por cierto y se nos cuestiona. Nos mantenemos ausentes de nuestra realidad, y al fin empieza la etapa de comunicación consigo mismo. Descubrimos que somos extraños a nuestra realidad interior. Esa comunicación es un cara a cara consigo mismo que nos hace sentir frágiles y vulnerables, y nos remite a las aguas profundas de las emociones, a descubrirnos, a establecer un diálogo íntimo, para empezar a re-conocernos.
La raíz de la comunicación es el vacío interior. Quien no lo conoce, no se conoce, quien no lo explora ¿cómo podrá ver al otro? Solo va hallar el mismo vacío, la misma soledad y el deseo de manejar o manipular en el otro el espejismo de su inconsciente, de su mundo desconocido. O será “víctima” del otro.
Comunicación o ilusión de comunicar. Entre el abismo y la nueva claridad un intervalo que crea amor, lazos infinitos, indestructibles, relaciones justas, amistades incondicionales y fructíferas, libres, es decir comprometidas.
La vida es relación, la vida es comunicación. Y la soledad es inhumana, solo místicos o verdaderos religiosos pueden vivirla diferente. Ellos son habitados por la fuerza amante. Pero nosotros, el común de los mortales, vivimos otra calidad de relación, que en el fondo nos va a conducir algún día, como a ellos, a entender que ese es el verdadero y único amor, el del hombre con su ser interior.
El vacío, el desfiladero interno, el inconsciente es lo que más nos reúne y nos diferencia del otro, y lo que en cada ser humano permite que el amor se manifieste como conocimiento. Conocer es amar, es comunicar y comprometerse, es descubrir la única libertad.
[email protected]