/ Etcétera. Adriana Mejía
Mi amiga Fulanita es católica, porque nació en una familia y en un país de tradición católica. Igual hubiera podido ser musulmana, judía, hinduista…, según dónde hubiera llegado al mundo. Las religiones, tanto como las lenguas, forman parte de la cultura humana. Son creación de los hombres para convivir y comunicarse y, además, para canalizar sus necesidades espirituales, mantener contacto con los muertos, buscar sentido a la existencia.
Es admiradora de la esencia del cristianismo, aunque al tiempo piensa, duda y se hace muchas preguntas (muchísimas, es insomne), para las que no encuentra respuestas. Cree en Dios, ha decidido hacerlo a sabiendas del misterio. (Más allá del límite del mundo, más allá de la senda infinita, más allá de la vida, estás tú). Y cree que Dios está por encima de las religiones y es el mismo para todos, seamos o no católicos, apostólicos y romanos.
Uy, romanos. En este punto sí que tiene interrogantes Fulanita. Ahora más, con las frases sueltas de Benedicto XVI: “Tomé esta decisión por el bien de la Iglesia”. “El rostro de la Iglesia aparece muchas veces desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas contra la unidad, en las divisiones del cuerpo eclesial”. “Debemos atravesar el corazón y no los vestidos. En nuestros días son muchos los que están dispuestos a rasgarse las vestiduras ante escándalos e injusticias, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propia conciencia e intenciones”. Etcétera.
Corrupción, intrigas, boato, “suciedad” (palabra suya), traiciones –la de su propio mayordomo pudo haber sido la gota que rebozó la copa– se solapan bajo túnicas purpurinas, sonrisas hipócritas y herencias non sanctas que a fuerza de merodear por los salones pontificios han terminado por instalarse en sus vericuetos. Poco edificante –con honrosas excepciones–, el comportamiento de la cúpula del catolicismo; demasiados lobos arrebatándose la gloria terrenal, mientras montones de pastores anónimos –esos sí en nombre de Dios–, desde la retaguardia de las tropas sacerdotales, dejan a diario la sotana y la vida en parroquias, barrios, pueblos…, haciendo el bien sin mirar a quien; alejados de venias, cabriolas y besamanos.
Alejados de pompas tan perecederas como las del jabón, se dice Fulanita, a la vez que se detiene en un concepto del sacerdote brasilero Leonardo Boff, experto en catolicismo e Iglesia que bien podría hacer reflexionar a los cardenales: “Es un error teológico pensar en el Papa como representante de Dios en la Tierra. Esa arrogancia la padecieron algunos jerarcas de la Iglesia en el medioevo, al tratar de imponerse a los reyes. Los cristianos deben acostumbrarse a no mitificar ni a idolatrar la figura del Papa, que es un hombre sometido a las contingencias humanas”. (El Tiempo). Muchos “vatichicos”, pues, tendrían que empezar por reconocer que son simples mortales, reflexiona Fulanita, al explicarse mejor por qué sucede lo que sucede al interior de ese gran champiñón, llamado El Vaticano, que campea en inmediaciones de la Ciudad Eterna.
Y repasa a otro teólogo que la entusiasma, el sacerdote suizo Hans Küng: “El debate sobre la unidad debería ser uno sobre la identidad. ¿Quién refleja mi fe hoy en día? ¿El catolicismo romano o la creencia en Cristo? Yo voto por esta última. La Iglesia católica subsiste hoy, pero la de Cristo subsistirá siempre. La primacía de la Iglesia no es la dominación ni el poder, sino el cuidado y el bienestar de la gente”.
Es consciente de que si bien estos temas despiertan pasiones, hay que discutirlos con franqueza, serenidad y respeto. Cuanto antes, mejor.
Etcétera. Ojalá –suspira Fulanita– tantos prelados donaran los anillos de piedras como meteoritos que lucen en sus anulares, para contribuir a mitigar la hambruna del África, por ejemplo. Mientras más ligeros de equipaje, más ágiles en el camino de la humildad, la compasión, la misericordia, el amor al prójimo.
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