Conozco gente que lleva más de 20 años desayunando arepa con café. También sé, los hay quienes con un té y una tostada quedan satisfechos. Mención necesaria merecen los adictos a los cereales con banano o aquellos al yogurt. No me entra en la cabeza cómo puede esta gente pasarse la vida entera desayunando la misma carajada y creo no estar equivocada si digo que unos lo hacen por física pereza o desgano y otros por excesiva vanidad o hipocondría. Agradezco a la Divina Providencia el metabolismo que me metió en el cuerpo, el cual entre más descansa, más come; es decir, que después de mis acostumbradas 10 horas de sueño, mi apetito mañanero es algo que me gusta saciar, no pensando en la cantidad sino más bien en la variedad y en la calidad. El encanto de mi desayuno consiste en que casi todos los días lo hago diferente. Insisto: no se trata de mi glotonería sino más bien del gusto que saco a la preparación de aquel alimento que me pone las pilas para el resto del día.
Mi abanico de desayunos es inmenso: hay días que amanezco con ganas de una milhoja y un vaso de leche fría; otros días el arranque me da por huevito de enfermo (tibio), croasanes y café; otras veces soy del club de la arepa con tinto; otras me encanta chocolate con pandequeso, buñuelo o pandeyuca migado; algunas veces me levanto pensando en grasa y me desayuno con empanaditas calientes; también soy morcillera, mas no choricera, y los frijoles recalentados son mi pasión. Sin embargo, una rebanada de posta con la arepa o un recalentado de espaguetis también desaparecen mi plato dominguero como por arte de magia.
En amaneceres de guayabo hambreado, mis desayunos son de diferente tenor: hay veces mis jugos gástricos piden una sopita de pastas o en su defecto un caldito de sancocho; otras veces me piden picante y frío, entonces un coctel mixto de camarones y ostras bien encebollado y con bastante limón apacigua mi enfermedad.
En cuestión de jugos, me encanta el de naranja frío y en vaso pequeñito, pues en vaso grande y al clima, me da agriera; me encanta igualmente el jugo de zanahoria, apio y limón, pero el que me domina es el de tomate de árbol.
En cuanto a las mermeladas, me gustan todas. Sin embargo mis favoritas son las de corteza de naranja y la muy escasa de ruibarbo… esto, sin olvidar la de uchuva.
En el capítulo de quesos la cosa es muy complicada, pero ante un buen quesito… ¡Nada qué hacer! Claro está que 3 ó 4 lonjas de queso pera nunca sobran.
Tampoco sobra decir que en materia de huevos soy adicta y los preparo en todas sus versiones y con todo tipo de aliños, menos con salchicha porque las detesto.
Hasta aquí el glosario de mis desayunos corresponde al de cualquier persona que goza de buena salud y que le saca partido al primer golpe del día. Sin embargo, lo que me ha motivado a escribir en esta oportunidad sobre este tema es la amplia gama de repostería fina que hoy se ofrece en El Poblado, repostería que al momento del desayuno acompaña perfectamente una taza de té o un café. En efecto, actualmente la calidad y buen sabor de moritos, galleticas, pastelitos, panecillos rellenos, etcétera, nada tiene qué envidiar a las mejores respoterías de Zurich o Viena.
Así las cosas, quiero hacer mención muy especial de unos ponquecitos que degusté recientemente en El Portal, los cuales salen a base de manzana, nueces y pasas. Sinceramente son espectaculares; estoy segura -y esto lo digo como apasionada conocedora e investigadora de la vida de Letizia- que si esta elegante y apasionada mujer llegase a conocer estos pastelitos… dejaría a un lado su habitual desayuno de princesa para remplazarlo por estos bocaditos, aún a riesgo de perder su envidiada esbeltez y hermosa línea. Para mí son un auténtico pecado.
¡Deliciosos!