El comensal permite que primero coma Instagram antes que él; muchos cocineros buscan erigirse en patrones de estilo de vida y hay platos de comida inmaculados, que al final no saben a nada.
Es común observar cómo en nuestra sociedad se apodera de nosotros el “fomo” (Fear of missing out, en inglés), especie de fobia a perderse los acontecimientos que suceden en el mundo al momento de ponerse offline.
El fenómeno lleva a las personas a estar conectadas constantemente, así no sea necesario. Estamos en casa con tiempo y nos metemos a las redes sociales, hacemos deporte con el teléfono como pasajero, ya las compañías aéreas empiezan a ofrecer wifi a bordo: el miedo a no estar digitalmente presentes en el “mundo” invadió nuestra cotidianidad.
Viéndolo desde el lado positivo, la hiperconectividad ha permitido que seamos más multiculturales, más abiertos al mundo, más receptivos a innovaciones; así como empezar a ser parte de un desarrollo en el que podemos tener voz y voto en el concierto global. Por otro lado, nos venimos olvidando del placer de la vida práctica, sencilla, de lo que hoy llamamos experimentar. Eso no está en el ciberespacio, eso lo construye cada ser humano al momento de vivir instantes.
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La saturación digital ha llegado también al sector gastronómico: el comensal permite que primero coma Instagram antes que él; muchos cocineros buscan erigirse en patrones de estilo de vida, viajan por el mundo probando y compartiendo fotografías con “otros digitales” que seguramente ni siquiera serán sus comensales. Internet está saturado de platos de comida intactos, inmaculados, pero que al final no saben a nada.
El fin del milenio pasado vio cómo artefactos en aquellos momentos indispensables, cómo las cámaras fotográficas de rollo o los vinilos, desaparecieron del mercado. Hoy por ejemplo regresan los LP, no por moda retro, sino porque la calidad de sonido es inmensamente mejor. Lo analógico superando a lo digital.
De la misma manera, cocinar y comer se deberían establecer como la última frontera de lo digital, el espacio-tiempo en el que volvemos a lo analógico. Disfrutar de estos momentos donde la única conexión admitida es consigo mismo y con las personas que nos rodean.
Al momento de cocinar apague su vida digital y prenda sus sentidos. Ponga la música que le gusta, saque su libro de recetas (no en Youtube), sírvase una copa de vino y verá cómo la magia se apodera de las personas.
Dele tiempo a la generación de sabores, adorne la mesa con colores y velas, disfrute la espera, sorpréndase de lo que es capaz, valdrá la pena. Vuelva, sentado en la mesa, por unos instantes al mundo analógico, este refugio reconfortante que, estoy seguro, conquistará sus corazones.