Tuve la fortuna de llegar a esta casa a mediados del año 2007. Desde el primer día, ella me ha ofrecido la oportunidad de decir lo que pienso y siento en relación con temas atinentes a dos de mis entretenimientos preferidos: la gastronomía y la cocina.
Llegué de la mano de dos grandes: Álvaro Molina y Julián Estrada, quienes tuvieron a bien recomendarle mis escritos al inolvidable Julio Posada; a él, a los sucesivos editores y al público les han gustado, y heme aquí que después de un poco más de cinco años continúo colaborando regularmente con gran alegría y orgullo personal.
He escrito más de 70 artículos y he tenido grandes satisfacciones, especialmente cuando recibo comentarios buenos y críticas respecto a lo dicho. Además, el periódico me ha servido para atender mis inquietudes investigativas y ampliar conocimientos, con el fin de darle a los lectores una visión lo más acertada posible sobre los temas abordados.
Al igual que los dueños de casa y mis compañeros de columna, creo firmemente en la importancia de valorar lo nuestro, la cocina de nuestros mayores, aquella cocina que cada vez es menos frecuente y se disfruta menos como consecuencia de la modernidad y las urgencias de la vida actual; pero todos creemos a pie juntillas en la importancia de recopilar y mantener los secretos de esa cocina tradicional, la que se realizaba con lo que producía la tierra antes de que fuera posible disfrutar de los frutos y productos de tierras extrañas.
En este sentido, no olvidemos que cuando se van los mayores, si no hemos tenido la iniciativa de averiguarles cómo es que hacían esto o aquello o sus historias de vida, sus secretos se irán para siempre; es por eso que insisto en la importancia de recopilar “el cómo es que mi abuela hacía su dulce de preferido, o el pernil para la Navidad, o el almíbar de azahares para los platos de fin de año, o aquella torta especial que hacía para las fiestas o los cumpleaños”; en fin, cada cual tendrá su propia lista de platos o sabores entrañables que le gustaría le sirvieran de compañía en su vida para disfrutarlos, acordarse de los mayores y enseñárselos a sus descendientes.
Pero el periódico también ha estado siempre abierto a aceptar y promover iniciativas gastronómicas orientadas a ampliar nuestras fronteras, para el disfrute de los sabores y cocinas de otras tierras; ha valorado aquellas que han contribuido o contribuyen a mejorar la calidad de vida en nuestra ciudad y ha promovido conocimientos nuevos, como fue la serie de artículos dedicados al maravilloso mundo del vino.
A mí, particularmente, me gustaría recibir algunas de las recetas de los mayores que hayan recopilado algunos lectores, complementando así la colección que he iniciado a partir de apuntes propios y de algunos de los libros que he reseñado en mis columnas a lo largo de los años.
En el medio local, Vivir en El Poblado ha sido un pionero en abordar en forma coherente y ordenada aquellos temas relacionados con el diario vivir y el bienestar de la comunidad a la que atiende, la de El Poblado; en algún momento de su historia llevó adelante la iniciativa de aportar ideas y críticas a un tema que debería ser de interés de todos, el de la alimentación y a partir de ella el atinente al nombre de esta sección: la Buena Mesa, tema que estoy seguro seguirá haciendo parte del futuro de esta casa.
Comentarios y sugerencias serán bien recibidos en [email protected]
Buenos Aires, noviembre de 2012
[email protected]
Cinco años de satisfacciones personales
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