En la entrega anterior hablé del cáncer como enfermedad de la civilización moderna y destaqué cómo la tarea de la cultura materialista es impedir nuestro desarrollo como personas libres.
Un tumor es el estadio final de una larga evolución en la que los cuerpos constitutivos del hombre – principio vital, anímico y espiritual- ya no interactúan armónicamente con el cuerpo físico. Este desgarramiento es un rasgo peculiar de nuestra época y junto a las dificultades para el desarrollo del ser humano libre, nos permite hablar de “carcinoma social”. En ambos casos, “el elemento cancerígeno consiste en la excesiva preponderancia que cobra el principio físico y material”. (H. Heiligtag).
Desde un modelo médico ampliado no entendemos el cáncer como un proceso tumoral local sino como una enfermedad que afecta al individuo en su totalidad y a su entorno familiar y como expresión de dificultades que atañen a la humanidad.
Tres obstáculos que entorpecen el desarrollo del ser humano íntegro y que operan como generadores de cáncer son:
1º. La excesiva y precoz orientación intelectual que tienen las escuelas de hoy. El intelecto está destinado especialmente al estudio del mundo material y está asociado orgánicamente con el cerebro. Este órgano está tan sumergido en lo material que cesa su actividad morfológica a los tres años de vida y no se regenera más. La pedagogía Waldorf plantea que el desarrollo del intelecto sólo debe empezar después de la muda de los dientes, cuando el cuerpo vital asciende al cerebro y las fuerzas de crecimiento se disponen para el pensamiento abstracto. Esto se alcanza plenamente entre los 14 y los 21 años.
Los efectos del desarrollo intelectual precoz -habitual en los colegios actuales- son múltiples: uno de ellos es que el alma y el yo se adentran muy pronto en el cuerpo y se le unen de tal manera que afectan su vitalidad; en el desarrollo posterior no lograrán desvincularse del cuerpo como es debido. En el cáncer hay un vínculo excesivo del alma y el yo con el cuerpo físico, con predominio de este último.
2º. La vida sedentaria y sus asociados: falta de iniciativa, movimiento y voluntad.
El yo humano libre se expresa a través de la voluntad, de la acción. La falta de iniciativa y la pasividad son típicas de nuestra época y se reflejan de manera patética en la costumbre de ver televisión. El yo y su voluntad se manifiestan a través del calor corporal. La falta de voluntad suele llevar a alteraciones del organismo calórico humano y a esto le sumamos la tendencia de la medicina actual a combatir a toda costa la fiebre y la inflamación. Pensemos en el mal uso de los antipiréticos, los antibióticos y las vacunas. Los procesos de enfriamiento excesivo conducen al endurecimiento, a la esclerosis. El alma y el yo residen en el calor de la sangre. Si los arrastramos al enfriamiento, favorecemos la aparición de la enfermedad.
3º. El fomento unilateral del egoísmo que lleva a la competencia feroz. La competencia es necesaria y la superación que ésta implica es importante; pero nuestra sociedad nos inculca este principio desde temprano y de manera egoísta, deformando el sentido original de la superación. El ser humano termina comportándose como un ser aislado y con intereses egocéntricos y el ego termina devorando al yo y al alma. La célula tumoral tiene un comportamiento egoísta, se aisla de la totalidad y regresa a un estadio embrionario, donde sólo busca la satisfacción de sus necesidades.
Estos tres ejemplos son algunos de los que impiden el libre desarrollo del ser humano. “El cáncer surge del excesivo contacto del hombre con la materia, cuando el hombre pierde su sentido de existencia, su libertad. El cáncer significa ‘amenaza de muerte’ para el alma, ya que el yo y el alma se sumergen en las esferas del cuerpo y son dominados por las leyes terrenales” (Fintelman).
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