/ Juan Carlos Franco
Han sido unas semanas maravillosas, estas de Mundial. Semanas en las que hemos podido concentrarnos en el juego inteligente y bonito de James, Cuadrado, Ospina y el resto del equipo.
Qué cambio más abrupto, luego de meses preelectorales en los que se agitaba la idea de que el país estaba al borde del abismo, de repente todo parece tan normal y el país se ve fuerte, sólido y tan unido por una causa… como si así hubiéramos sido y estado siempre, ¿no?
Hemos pasado de creer que Colombia estaba casi vencida, casi controlada por los vecinos del castro-chavismo a pensar hoy con toda tranquilidad, que se venga Brasil, que a ese también podemos ganarle, que ya no es un rival que parezca estar más arriba que una potencia futbolística nueva, como nosotros.
Al fin de cuentas, los problemas externos de Colombia parecen ser con países que, como Venezuela y Nicaragua, jamás han clasificado siquiera a un mundial. Por estos días, ¿a quién se le ocurre pensar que uno de ellos podría estar dictando su estilo de vida y sus políticas a otro país que, como mínimo, ya tiene uno de los mejores ocho equipos del mundo?
El triunfo deportivo nos acerca y casi nos hermana. Nos hace pasar de la vergüenza o la decepción al orgullo en cuestión de días. Y es un orgullo que traspasa ideologías, capaz de fundir en un abrazo a enemigos acérrimos que todo el tiempo se atacan pero que el día del partido se uniforman de camiseta amarilla o roja.
Bueno, tampoco exageremos, también esto tiene límite. Sería extender demasiado la imaginación pensar que cierto expresidente salte y se abrace, aun con sus copartidarios cercanos, en lugar de aprovechar esos breves segundos para echar a rodar un nuevo tuit, probablemente insolente o con medias verdades.
Y, a propósito, ¿quién recuerda aquella intensa campaña que dicho líder promovió hace unos ocho años, junto con su VP Pacho, para proponer a la FIFA que Colombia fuera sede justamente de este mundial 2014? ¿Alguien puede imaginarse lo que hubiera pasado, de bueno o de malo, si la FIFA le hubiera “parado las cañas”?
A ver, señores, ¿de dónde habríamos sacado los casi 12,000 millones de dólares que Brasil ha destinado a tal evento? Incluso si fuera la mitad, ¿cómo habríamos justificado socialmente esta inversión? ¿Cuántos estadios nuevos habríamos tenido que construir para que luego quedaran jugando toda la vida equipos tan mediocres como la mayoría que hoy juegan los torneos colombianos?
¿Y qué tal uno preparando mundial en Colombia justo por la época de la campaña electoral 2014 que acaba de terminar? Si bien complicada la tuvimos, ¿qué tal con Blatter metiendo las narices y opinando sobre la pelea de verduleras que teníamos armada? O tal vez no, tal vez ya la Constitución habría sido modificada de nuevo para extender aún más los períodos…
En fin, son muchas las lecciones que pueden aprenderse de estas pocas semanas. La más importante es que con trabajo, ganas y organización las cosas se logran. Que no hay que escatimar recursos si realmente se quiere llegar lejos. Que el trabajo del líder consiste en dejar volar el talento de los individuos pero al servicio del equipo.
Y que para ganarles a los grandes de tradición, a los que siempre nos mataban del susto antes de jugar, a los que haberles arañado un empate era uno de los mayores orgullos históricos… para ganarles hay que jugar sin complejos, convencidos que la historia de que siempre perdíamos por un pelito ya tiene que cambiar.
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