/ Jorge Vega Bravo
Acabo de asistir en Lima a un seminario de Oncología Pediátrica impartido por el Dr. David Martin, hematoncólogo pediatra y endocrinólogo, profesor de la U. de Tübingen y de la Filderklinik en Alemania. El Dr. Martin y su esposa Julia, médica antroposófica, vinieron a trabajar durante cuatro días el importante tema del cáncer en los niños, desde la perspectiva de la oncología antroposófica.
La gran sensibilidad y la sólida formación de estos dos maestros nos llevaron a explorar en nuestras almas sobre el sentido de lo que sucede en el alma y en el cuerpo de los niños con enfermedades graves. En 1972, escribía el Dr. Falconi: “El pronóstico de las leucemias en niños es nefasto; solo entre el 1 y el 3% tienen una remisión duradera”. Actualmente, ha cambiado el pronóstico del cáncer en la infancia y con los métodos diagnósticos modernos y los avances terapéuticos convencionales (el trasplante de médula ósea, por ejemplo) y no convencionales (el uso del muérdago, por ejemplo), la tasa de curación se acerca al 70% en Alemania y en USA. Hoy día el 90% de los niños con leucemias agudas se curan. En Colombia nos movemos entre el 50% y el 70%.
Uno de los grandes temas, que operó como telón de fondo del seminario, fue el del calor. R. Steiner, consciente de la fuerte estructura intelectual imperante en la formación médica, dio a los médicos una meditación sobre el calor, para equilibrar la tendencia fría y endurecedora de la medicina científica. Esta meditación empieza: “Yo siento mi humanidad en mi calor”. ¿Qué significa esto? Hay muchos senderos tras de esta sentencia. Uno evidente es que soy realmente humano en la medida en que tengo un organismo calórico, puedo controlar la temperatura siguiendo un ritmo circadiano (ciclo de un día) y la puedo elevar o bajar según necesidades físicas, anímicas o espirituales.
Casi todas las enfermedades agudas cursan con fiebre, estrategia evolutiva que compartimos con los animales. Casi todas las enfermedades crónicas y degenerativas con una pérdida del calor. En el cáncer hay dificultad para generar y conservar el calor. Fue R. Steiner quien señaló por primera vez en 1920 que el muérdago blanco europeo (Viscum Album) es capaz de generar calor. Activa los mecanismos inmunológicos responsables de la fiebre y mejora el gradiente de temperatura en los pacientes con cáncer.
Durante el evento trabajamos sobre el sentido del calor en el ser humano y el papel que tienen el calor y la fiebre en el tratamiento de la enfermedad tumoral. Desde mediados del siglo 20, con la introducción de antibióticos y analgésicos, disminuyeron bruscamente las enfermedades febriles. El modelo médico patogenético –centrado en la enfermedad– ha conseguido erradicar las enfermedades inflamatorias agudas y en su lugar se han incrementado las enfermedades crónicas degenerativas y neoplásicas, con incapacidad de hacer fiebre (C. Botero).
El encuentro con la Dra. Julia Martin para hablar del acompañamiento a los niños con enfermedades graves, terminó con este fragmento de Octavio Paz: “Allá donde terminan las fronteras, /los caminos se borran. /Donde empieza el silencio/ avanzo lentamente/ y pueblo la noche de estrellas, de palabras, / de la respiración de un agua remota que me espera/ donde comienza el alba”.
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