Su jornada comienza a las 7:00 de la mañana en La Matea, en Laureles. Para llegar a tiempo, Ángela Rico debe salir tres horas antes de su casa, en San Antonio de Prado. Luego del viaje en bus y en metro, llega a las 6:00 a San Javier, donde firma planilla y recoge sus elementos de trabajo y de protección antes de dirigirse al acopio de La América.
El trayecto se ha hecho más largo de lo habitual en cuarentena, debido a la menor oferta de transporte público. También, a veces, se ha convertido en un mal rato para ella, víctima de las miradas discriminatorias de algunos pasajeros que la juzgan por su uniforme y su carné.
Ángela lo lamenta, pues todos los días se despierta con la intención de que “tengamos una ciudad más limpia”.
Tiene 38 años, es bachiller y desde hace ocho años es operaria de Empresas Varias, los mismos que lleva yendo a La Matea, donde los habitantes, la mayoría, la acogen como miembro de sus familias. La conocen como Angelita, le ofrecen tinto, desayuno, y en ocasiones “me dan cosas para traer a la casa”.
No siempre es así, lamentablemente. Una minoría no saca la basura a tiempo, y cuando Ángela les solicita hacerlo cuando se debe, le responde: “para eso pago una tasa de aseo, para que usted trabaje”.
Ella prefiere no sentirse mal y privilegia el cariño que recibe del resto, como el anciano que la llamaba “ mi novia” cuando la veía en el parque. Ese amor le era correspondido con un “novio mío”, y así fue por cuatro años. Una vez Ángela se incapacitó por tres días, y al volver no hubo encuentro: el señor había fallecido.
Por Sebastian Aguirre / [email protected]
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