Las experiencias adquiridas con la muerte de seres cercanos amplifican la conciencia y nos hacen más humanos. Vivimos en un país donde la muerte accidental es cotidiana y esto crea una coraza que evita la desesperanza ante las muertes por el conflicto armado, el suicidio, los accidentes de tránsito, los homicidios. Cuando logremos desarrollar el sentido del yo ajeno, reduciremos estos índices. Es un camino arduo que implica mejorar la educación, cambiar las costumbres políticas insolidarias y repartir adecuadamente la riqueza.
En un proceso de muerte por enfermedad la situación puede ser dramática. Nuestro sistema de salud está gravemente enfermo y con la ley 100 la atención se desvió de la salud como servicio, a la salud como mercancía. Por un lado el calvario de las EPS, donde la tramitología impide el acceso a los servicios básicos y por el otro la medicina prepagada y la medicina hospitalaria donde muchas veces se multiplican los exámenes de laboratorio y el paciente es abrumado por procedimientos innecesarios. Pero lo más dramático tiene que ver con la proximidad de la muerte. Para el modelo médico convencional la muerte es vista como un fracaso de la acción médica. En la formación impartida en las escuelas de Medicina no se aborda con claridad y profundidad el tema de la muerte. Culturalmente perdimos el sentido de la muerte como un acontecimiento trascendente en la vida humana. Debemos recordar que los polos son nacimiento y muerte y no vida-muerte. La muerte es parte de la vida y representa un paso tan importante como el nacimiento. Es un nacimiento para el mundo espiritual.
En los modelos médicos más avanzados (por ejemplo, en Alemania) se está investigando el tema de la calidad de muerte: y no sólo en el ámbito de lo paliativo o del control del dolor, sino observando el nivel de conciencia con que se llega a ese momento. El proceso de preparación para la muerte es una asignatura pendiente para gran parte de la humanidad. La muerte es un umbral, un paso, una oportunidad de contactar con la máxima conciencia la presencia de la luz en nuestro interior; es una posibilidad única de contactar con la totalidad. En los hospitales europeos de medicina antroposófica, se envía a los pacientes a morir a su casa, o se les permite la presencia de sus seres queridos y el propio médico tratante acompaña el proceso de la partida y preside las honras fúnebres dentro del hospital. Presenciamos el contraste de ver morir a nuestro papá Rafael Vega B., el pasado 24 de Junio, totalmente consciente y acompañado, con procesos de muerte donde prima la intervención médica y el paciente es encarcelado en una Unidad de Cuidados Intensivos y sometido a todo tipo de medidas e intervenciones que consiguen aislarlo de sí mismo y de los demás. No negamos la importancia de la UCI. Pero en pacientes ancianos o con enfermedades terminales lo único que se consigue es empeorar su condición y alterar su conciencia, impidiendo un final tranquilo y acompañado. La mayor parte de los médicos en el mundo se rehúsa a morir en una UCI. ¿Por qué será? Estamos entrando en el tema de la ética médica y de las presiones económicas que rodean la actividad curativa, tema que abordaremos más adelante.
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Calidad de muerte
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