/ Juan Carlos Franco
Le presentó muchos y detallados planes, ideados por los mejores técnicos de la aldea. Valorio también le dijo, con ternura, que le iba a hacer unas obritas y para ello iba a necesitar una platica, no mucha, pero que por favor le ayudara…
Para sosegarla, sugirió a la niña que escogiera un grupo de amigos para discutir con cualquier duda, antes del pellizquito y de la platica. Pobladita los bautizó “Junta de Representantes”.
No era fácil para Valorio. Pobladita no estaba convencida, sentía que peligraba su virtud. Valorio propuso que la platica se la podía pagar en cinco años, a lo cual ella respondió que lo iba a pensar. Al menos dejó entrever una esperanza.
La verdad, no parecía tener más opciones. Valorio se frotaba aliviado las manos y ya ultimaba detalles para empezar a trabajar.
Entre tanto en el castillo, el otro hijo del príncipe Gavirio, el joven Preddy, un día se despertó con una súbita y profunda obsesión por Pobladita. Salió raudo hacia su casa y, sin decir palabra, procedió a golpearla, sacudirla y tomar precipitadamente la cantidad de dinero que encontró en su cofre.
Preddy no sabía de cortesías, plazos, explicaciones o juntas. Ni le importó mucho que su hermano Valorio hubiera invertido tanto tiempo y esfuerzo tratando melosamente de convencer a Pobladita. Iba a lo que iba.
Pobladita quedó en shock. Cuando se reincorporó empezó a quejarse débilmente, luego a gritar. Se sentía manoseada y ofendida, además de asaltada.
Sus quejidos llegaron a oídos del príncipe que, como siempre, se mostró amable y comprensivo. Le explicó que sus dos hijos eran muy distintos. Que lamentaba el comportamiento grosero de Preddy y que hablaría con él.
Pero aclaró que no podía controlar a Preddy porque hace poco encontraron una ley del reino, muy antigua, que dice que a Preddy hay que dejarlo salir cada cierto tiempo y que haga lo que le dé la gana. “Si se deja encerrado, la ley caería sobre mí y podría incluso perder mi castillo”, dijo.
De todos modos, pidió a sus cortesanos tomar nota y analizar las quejas de Pobladita.
Pobladita, más dueña de sí, dejó ver que ya estaba medio comprometida con Valorio. No creía mucho en él por su tendencia a la mitomanía pero, la verdad, empezaba a encontrarlo simpático.
Valorio había estado ausente por dos semanas, preparando sus trabajos. Cuando regresó a la aldea y se enteró de la nueva situación de Pobladita, sintió ganas de llorar. ¿Qué será de mí y de nuestros sueños?
Quería pegarle a alguien, pero no sabía a quién. ¿A Preddy? ¿A Gavirio?
O, mejor, ¿hacer como si nada hubiera pasado y seguir cortejando a Pobladita? Al fin y al cabo, decía para sí, después de aguantar la golpiza y el atropello de Preddy, ¿qué diferencia harían un pellizquito y otra platica?
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