Aquí hay algo que no cuadra

 
Por: Juan Carlos Franco
Todo lo que Colombia quiere vender al exterior sale con precio más alto y todo lo que queremos traer nos cuesta menos -muchísimo menos- que antes.
Tan cierto es, que son numerosas las empresas fabricantes que están reduciendo turnos o quebrando a lo largo y ancho del país. Unas, porque ya no pueden vender a sus mercados externos, a los que tanto trabajo costó entrar. Y otras, porque cualquiera puede traer productos a precios muy por debajo de los suyos… incluso por debajo de sus costos de fabricación. ¿Así quién compite bien?
Digamos que, en una economía normal, esta situación no es necesariamente mala, pues tendría como efecto que el consumidor colombiano pagaría menos por muchos artículos que antes se producían en el país, alcanzando mayor ingreso disponible y por consiguiente mejor nivel de vida.
Hasta ahí todo muy lógico: Pierden algunas empresas colombianas -en algunos casos cerrando y dejando gente en la calle- pero ganan muchos consumidores colombianos. Un claro ejemplo es el de los vehículos, que han bajado de manera dramática permitiendo que muchas más personas tengan acceso a ellos. Y claro, contribuyendo a los trancones que por años y años serán parte central de nuestras vidas.
Sin embargo, una visita a cualquier centro comercial de Medellín sugiere que la realidad es muy diferente. Pareciera que el peso, lejos de revaluarse, se estuviera devaluando. Aunque usted no lo crea, en muchas de esas tiendas los artículos importados no han bajado de precio… ¡han subido! Comprar un perfume, una pantaloneta o unas gafas de marca cuesta hoy muchísimo más -¡en pesos!- que hace unos 3 ó 4 años, cuando todavía teníamos una moneda relativamente débil.
Obviamente los comerciantes no mantendrían estos precios si no hubiera demanda. De algo tienen que vivir y, al menos en teoría, les debe quedar para pagar los arriendos ridículamente altos. Entonces, ¿quién está comprando estos artículos? ¿Quién se siente inclinado a pagar por una pantaloneta casi $ 200,000 que en cualquier tienda de Miami o Panamá solo costaría 20 ó 30 dólares? ¿Quién acepta pagar por un perfume 2 y hasta 3 veces lo que cuesta en una tienda duty-free de cualquier aeropuerto latinoamericano, incluso comparando entre sí tiendas de la misma cadena internacional?
Lo malo es que sí, que hay mucha gente que lo acepta. O incluso, que lo desea… Mucha gente que necesita gastarse en algo el dinero que, aparentemente, le llega en exceso.
No es fácil evitar una sensación de déjà-vu, como si ya hubiéramos vivido esto en épocas no tan remotas de ingrata recordación para Medellín.
Y no es una buena señal. Es la típica burbuja económica, parecida a la que acaba de reventar en Estados Unidos afectando de manera salvaje los precios de la propiedad raíz y llevando a la quiebra a muchos inversionistas, grandes y pequeños, expertos o novatos.
Dos opciones: O Medellín es una ciudad en la que la lógica económica no aplica, o gracias a una insostenible economía subterránea estamos en la antesala de una destorcida histórica, que dejará vacíos la mitad de los locales comerciales que con tanto éxito se han venido abriendo.
Definitivamente, aquí hay algo que no cuadra…

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