Terminó por fin la campaña más intensa y polarizada de que se tenga memoria. Por eso vale la pena, ya conociendo los resultados, hacer un análisis con cabeza fría y ver qué aprendimos. Y para estar mejor preparados para la próxima.
Hagamos una lista desestructurada:
• La dinámica de la segunda vuelta es totalmente diferente a la de la primera. El comportamiento de candidatos y votantes cambia, y por supuesto el de los barones electorales, cuando se acerca la decisión final.
• Mientras más simple y constante sea el mensaje, mejor. Lo importante es posicionarse con claridad en la mente del elector. Decir primero que no, luego que tal vez y finalmente que sí pero con condiciones, no es buena estrategia.
• La alta tecnología es clave para la democracia. Tener contabilizado el 99 por ciento una hora después de cerrar las urnas es notable. Quedan en el pasado aquellas larguísimas jornadas de conteo y peleas de medianoche, cortes de energía y extraños cambios de tendencia, etcétera.
• La baja tecnología es peligrosa para la democracia. El tarjetón actual es muy vulnerable al fraude. Debe encontrarse algún mecanismo para detectar y anular un tarjetón que no sea de los que entregan en la mesa. A propósito, no cambia la inclinación a dar por seguro que únicamente los del otro bando cometen fraude.
• Casi todo lo que llega por redes sociales es falso. O al menos tergiversación o enorme exageración. Claro, depende de quién esté enviando, pero si queremos entender bien la política, el país y el mundo hay que estar menos pendiente de dichas redes.
• La reelección como institución no conviene. Así acabe de ganar el actual presidente, es más negativa que positiva. Hay un desbalance evidente, además de una distracción enorme para el aspirante a repetir. Que sea la última, por favor. O si se mantiene, que sea para un período no consecutivo. De hecho, si su mesianismo, vanidad y algo de corrupción no se hubieran impuesto en 2004 para forzar el cambio constitucional en beneficio propio, tal vez estaríamos ahora terminando el segundo gobierno de Uribe y el domingo pasado habríamos elegido sobradamente a Zuluaga. Alguien de la entraña del uribismo habría sido presidente 2006-2010. Y el legado del expresidente sería mucho más sólido y perdurable.
• La intolerancia, la rabia, la burla y el odio no son buenos en política. Hacen perder debates y hasta elecciones. Un potencial votante es conquistado más fácil con argumentos inteligentes y serenos, expresados con sabiduría, gracia y humor, que con insultos o irrespetos. Incluso un columnista rabioso, echando espuma contra el rival, termina perjudicando más a su propio candidato. La gente ya está aprendiendo.
• Las derrotas se asumen y se reconocen con gentileza y gallardía. Un buen perdedor, como demostró ser Zuluaga, queda bien ubicado para el futuro como persona confiable, que respeta las reglas y con quien se puede contar para ayudar a resolver los grandes problemas del país. Tristemente, fue desautorizado por su jefe, quien cerró la jornada con declaraciones lamentables, llenas de rencor y arrogancia. No podía ocultar las ganas de patear el tablero y ensuciar el proceso. Es que solo es posible que perdamos si nos robaron la elección. Qué enseñanza para las nuevas generaciones, ¿no? La cara de los senadores que lo acompañaban delataba que no podían creer, ni mucho menos compartir, lo que estaban oyendo de labios de su guía máximo. Es probable que se haya sentido traicionado por OIZ, quien sí derrochó grandeza, y comience a hacerle la guerra, así como a JMS.
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