En Medellín ya no cabemos. La ciudad se vuelve cada año un poquito más estrecha, más hostil y estresante. Y su aire más contaminado.
Para cerrar y despedir este difícil 2018, bueno es hacer un alto en el camino y recapitular. Porque pocos años nos han sorprendido tanto. Pocos nos han dejado tan exhaustos. Y casi ninguno nos ha brindado tantas enseñanzas como este. Veamos.
Aprendimos que la política es el hábitat por excelencia del fake news, la exageración y las verdades a medias. Sobre todo en elecciones. Y que las redes sociales son perfectas para estimular a la gente a votar con rabia, más en contra de algo que a favor. Concluimos que ciertas colectividades -de ambos lados- se comportan más como sectas que como partidos políticos.
Aprendimos que luego de gritar a los cuatro vientos que la situación del país era gravísima, al final del día la gente -y nosotros mismos- terminamos creyendo el cuento. Y cuando necesitamos que crean en el país y apoyen, ya no lo harán. Y que ese esfuerzo por salvar la Patria podría terminar favoreciendo más a la izquierda radical, que sí es el verdadero enemigo y que sí es experta en pescar en río revuelto.
Aprendimos que hay más corrupción que lo que temíamos y que ella -y cosas que se le parecen mucho- han lubricado el funcionamiento del país desde su fundación. O desde antes. Y claro, también aprendimos que para ser un presidente exitoso no es suficiente ser bueno, muy bueno, también hay que tener espuela para hacer que las cosas funcionen.
En cuanto a impuestos, queda claro que nadie, absolutamente nadie, está dispuesto de buena fe a pagar más. Y que los gremios están diseñados justo para defender a sus socios de cualquier impuesto adicional. Y concluimos, como siempre, que el urgente aumento en el recaudo será aportado principalmente por los que toda la vida han pagado y que no saben cómo asociarse para que realmente sean escuchados.
Por supuesto, aprendimos que el mundo de hoy solo funciona a partir de paros. Y que un paro largo tiene el poder de obligar a un gobierno a negociar, casi siempre cediendo en lo que había dicho que no. Pasa en Colombia, ayer hoy y mañana. Pero también en países más serios y menos serios, como Francia y Argentina.
De Venezuela aprendimos que por mal que estén allá las cosas, todavía hay mucho por caer en el tenebroso abismo de una dictadura inepta y desgastada. Pero que parece honestamente convencida de estar creando un paraíso. Y que, en su caída, ya no teniendo mucho más para perder, hará lo posible por llevarse consigo a nosotros, sus vecinos.
Finalmente, en Medellín nos dimos cuenta, de manera clara, definitiva, de que ya no cabemos. Y que la ciudad se vuelve cada año un poquito más estrecha, más hostil y estresante. Y su aire más contaminado.
Aprendimos que lo único que puede pasar con la movilidad en Medellín es que va a empeorar. Que sin importar cuál nueva obra se haga, no hay ninguna posibilidad de mejora mientras sigan entrando al sistema más de 30.000 vehículos por año.
Y por supuesto, a pesar de lo que puedan opinar columnistas ácidos y pesimistas, seguiremos aprendiendo a vivir bien y optimistas con lo que tenemos. Y a confiar en que el año próximo se alinearán mejor los astros.
¡Feliz Navidad!