Alerta en montañas del Oriente

  Por: Juan Carlos Franco  
 
Ya nadie osa dudar que a Medellín casi la acabamos ambientalmente. Décadas y décadas de tala de árboles, retiro de capa vegetal, explanaciones y movimientos de tierras, desvíos de quebradas, barrios de invasión y de los otros en lugares imposibles, emisiones de aguas negras residenciales e industriales y, por supuesto, de gases venenosos vehiculares, nos han dejado una ciudad realmente ajada y maltrecha… que no aliviaremos con tardíos pañitos de agua tibia como el pico y placa, ni con modificaciones al Pot, ni mucho menos con nuevas y amplias vías. Por bien intencionados que estén nuestros gobernantes de turno.
El crecimiento constante de la población, aumentado demencialmente por la migración y el desplazamiento del campo, genera una demanda de espacios para habitar, producir y desplazarse que todos los años exige sacrificar más y más zonas verdes, que irremediablemente terminan transformadas en concreto, adobe y pavimento.
Luego de copar casi completo el Valle del Aburrá, resulta natural que Medellín se haya rebosado hacia el Oriente. Ha ocurrido allí un verdadero boom comercial y residencial que no parece estar afectado por malas coyunturas económicas. Muchísimos medellinenses ya no van simplemente a dar la vuelta a Oriente o a pasar el fin de semana en la finca, sino que habitan allí permanentemente, demandando servicios de toda índole: Agua, alcantarillado, vías, energía eléctrica, gas, internet, estaciones de gasolina, transporte público, bancos, colegios, lavanderías, centros comerciales, supermercados, etcétera.
Por supuesto, aprovechando esta demanda hay una oferta enorme de proyectos de todo tipo -vivienda, comerciales y de bodegas- que muy probablemente tendrán un profundo impacto ambiental, por más que estén autorizados por las respectivas autoridades municipales y territoriales. Es casi inevitable que poco a poco comenzarán a desaparecer cientos y cientos de hectáreas de pulmón verde gracias a la ambición y necesidad de trabajo de los constructores sumada a las necesidades de empleo para los habitantes y de ingresos por impuestos para los municipios del Oriente.
A instituciones débiles y sin independencia, como son las oficinas de planeación municipales, o las curadurías, si las hay, además de las corporaciones tipo Cornare, les es crecientemente difícil resistir a la tentación de aprobar proyectos en zonas vírgenes de Oriente, las pocas que aún nos quedan con bosques nativos, para acomodar allí las necesidades de vivienda de la gente de Medellín. Se conformarán con consultar unas normas anticuadas y buscarán la manera de que esos empleos y esos impuestos “se queden” en su municipio.
Por más que se jure que son proyectos amigables con el medio ambiente, el simple hecho de poner a vivir en un espacio hoy totalmente virgen a un centenar o más de familias, con sus necesidades ya mencionadas, generará un impacto irreversible sobre la fauna y la flora del sitio, así como sobre las corrientes de agua. Como parece va a ocurrir en El Retiro, en inmediaciones de Fizebad. O como podría ocurrir en Sabaneta, donde al parecer se entregaría al “desarrollo” buena parte de la reserva de La Romera.
Entonces, ¿quién vigila a los vigilantes? ¿Cuál entidad de carácter departamental o nacional está pendiente de que los municipios estén tomando las mejores decisiones a largo plazo y que no se permita que sus oficinas de planeación o curadurías repitan los errores de Medellín? ¿Quién nos protege de los que aprueban licencias a cuatro manos?
¿Por qué no se ve un Ministerio del Medio Ambiente amarrándose los pantalones y diciendo simplemente que no, y declarando con urgencia y decisión nuevas reservas forestales, aunque sea minutos antes de que lleguen los bulldozer? Ojalá esta vez sí aparezca ese liderazgo, ¡todavía estamos a tiempo!

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