El ser humano actual se mueve a una gran velocidad. Paul Virilio (1932) habla del ‘arte del motor’, como expresión simbólica de los procesos de aceleración que vivimos en esta época. Comida rápida, transporte a alta velocidad, música hiperrítmica, amores fugaces, cirugías breves, ejecutivos hiperveloces girando por el mundo. Todo va fluyendo muy rápido y el ser humano, entre tanto, renuncia a los procesos y se ve atado a los finales, a los resultados, al orgasmo pasajero y fugaz de una existencia superficial, atada a lo corporal, despojada de lo anímico-espiritual.
Sin pausas no existen los ritmos. Y hasta el ritmo vital básico, el ritmo del corazón, puede ser suplantado por un marcapasos. El hombre posmoderno se ve acosado, extraído de los ciclos y los ritmos de la naturaleza y esto genera excitación y placer, pero también desgaste excesivo. La salud humana está soportada por los ritmos.
En el ritmo anual, un tiempo de pausa, propicio para vivenciar la experiencia de la espera, es el tiempo del Adviento. Esta hermosa palabra proviene del latín Adventus: venida, llegada, y en principio se refería al tiempo de preparación para la segunda venida de Cristo o Parusía, y solo en el siglo 5 empieza a referirse al tiempo previo a la celebración de la Navidad, primera llegada de Cristo.
Antes era la cuaresma de San Martín y la costumbre fue cambiando hasta reducirlo de 40 días a cuatro semanas. El cristianismo ubica el primer domingo de Adviento en el domingo más cercano al 30 de noviembre y este domingo se considera el comienzo del año litúrgico cristiano. Todo tiempo que precede a un nacimiento es un tiempo de espera, de esperanza. Obstetricia es estar a la espera.
En el 2013 tenemos una coincidencia: el 1º de diciembre es el primer domingo de Adviento.
Estos cuatro domingos que preceden a la Navidad son la oportunidad para preparar su celebración. Una ingeniosa manera de hacer consciente la espera y entrar en una dimensión ritual, es planear una elaboración diferente del pesebre, relacionada con nuestra cuádruple constitución y con los cuatro reinos de la naturaleza. La primera semana –sobre una tela o papel apropiados– ubicamos piedras, cristales, minerales. La segunda semana aparecen los vegetales y ponemos, piñas de pinos, pajitas, semillas (el musgo lo dejamos en su sitio). En la tercera emergen los animales: las ovejas, las gallinas, el lago de los patos. Y finalmente irrumpe el reino humano y ubicamos a los pastores y a José y María iniciando su viaje a Belén. En este camino de preparación, cada domingo, mientras se hace una parte del pesebre, se canta, se encienden velas y se narra la historia de los ángeles de Adviento que llegan cada semana con un mensaje específico.
La celebración de las fiestas anuales debe ir más allá de los actos externos y de la invitación a consumir, a aumentar la velocidad. Es necesario hacer pausas y percibir el sentido espiritual de cada época del año. La tierra respira con las estaciones, y nosotros, como parte del tejido viviente del planeta, debemos propiciar esa respiración.
“Celebrar Adviento significa poder esperar; esperar es un arte que nuestro tiempo impaciente ha olvidado… Quien no conoce la dicha amarga de la espera, o sea del prescindir en esperanza, no experimentará la bendición completa de la realización”. (D. Bonhoeffer).
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