Liberarnos de la rutina hace el camino más grato, que aligera el peso de lo cotidiano con lo que nos sorprende y además nos regala la alegría
La rutina es como el agua tibia que adormece, aletarga y, al final, mata la vida. Leyendo la respuesta del ángel me encuentro una frase que dice algo así: el hábito es la muerte, es el disimulador, es el engañador, el que siempre está al acecho, es el mentiroso, el que aguarda con sorna… Adormece y mata.
El hábito, la costumbre, todo es insensibilidad, nada se ve porque todo es igual, y las personas y el entorno van despareciendo en una gris interior, en la nada… Adormece y mata. La costumbre adquiere poder sobre nosotros, y su poder dura hasta que no se desenmascara. La rutina es fuerte, es mentirosa, disimula, es tibieza, mediocridad, muerte.La rutina nos pone en automático para todas las actividades de la vida diaria y los placeres que nos despiertan carecen de sentido. La ducha que habla, el vestirse por la derecha que se sugiere, el gusto del desayuno y se está atado a la tecnología que a partir de ahí, busca cada espacio “libre” para conectarnos. Y con la mirada baja termina el día. Y las palabras escasean, el verbo deja de nombrar lo corriente, más aun lo esencial. La rutina, el deber y la obligación son muerte. El miedo precede el error y después emerge el dolor que es el signo de lo que sucede. La enfermedad.
La vida permite salir de la rutina en un instante. Y maravillarnos. El asombro es el mejor remedio contra el gris que se mete en el alma. Osar, buscar lo diferente en lo corriente, es mantener la vida viva. El más mínimo cambio tiene el poder de modificar todo, y de quitarnos el gusto por lo rancio. Un instante de cambio, es un paso a la eternidad, un rayo de luz creador.
Lo sorpresivo que suscitamos o que permitimos nos asombre, es un acto creativo, y hay que alimentarlo para que nos proponga imágenes que abran paso a otras más extrañas, hermosas, y a otras que nos causan temores, las negativas, las que despiertan respuestas.
Con facilidad olvidamos el camino y el camino siempre nos hace sentir el peso de sus ataduras, y lo gris de las tinieblas que la falta de claridad genera. Nos doblega. Liberarnos de la rutina hace el camino más grato, que aligera el peso de lo cotidiano con lo que nos sorprende y además nos regala la alegría.
Adormecer el alma o llegar a la convicción de que la vida se justifica cuando permitimos que emerja el gozo a cada instante con sabor de eternidad y que nuestra compañera sea la alegría.