La amistad verdadera que nace de sintonías profundas y no busca otra ganancia que la sola compañía, hoy día, en la era de los pulgares hacia arriba, es un acto de resistencia.
Qué pena con vos, Roberto Carlos, pero yo sí no quiero tener un millón de amigas. Con las que tengo me basta y canto. Sin necesidad de un coro de pajaritos, no necesito ampliar ese primer círculo. Para nada.
(Hablo en femenino, porque esta columna está dedicada a las mujeres con quienes, por años, he compartido lágrimas, carcajadas, proyectos, frustraciones, sentimientos, planes, cotilleos, ratos interminables, la vida… Ustedes saben quiénes son, chicas).
Por una de esas casualidades que, en realidad no existen, me encontré con una conferencia TED de hace dos años –que, en pocos días, fue visitada por cerca de diez millones de personas-, en la que Robert Waldinger, profesor de Psiquiatría Clínica de la Universidad de Harvard y director del Harvard Study of Adult Development, se refiere al seguimiento que, desde 1938, se realiza a cientos de personas para identificar los factores que hacen que un adulto se sienta en bienestar.
Y, ¡atérrense! Antes que el renombre que se obtenga o el dinero que se acumule, están los lazos familiares y la fortaleza de las relaciones con los amigos. Así de sencillo.
“Los lazos sociales fuertes son la causa de salud y plenitud a largo plazo”, concluye el doctor Waldinger. Y al que dice lo que sabe y sabe por qué lo dice, hay que creerle. Yo, al menos, le creo con la fe ciega e incondicional del carbonero (desde chiquita me enseñaron lo mismo).
Sobre todo en esta época en la que la tecnología –el uso que le damos- está cambiando, entre otras cosas, el concepto de amistad. Ahora son los fans virtuales los efectos del marketing de la persona resuelta en marca. Tremendo espejismo. La algarabía de los encuentros desplazada por la soledad de las pantallas.
“Hay en las redes un uso bastardo de la palabra amigo –sostiene la antropóloga argentina, Ana María Llamazares- que está al servicio del narcisismo virtual. Se coleccionan ‘amigos’ y ‘me gusta’ para alimentar el ego o sentirse queridos. La tecnología ha impuesto una cultura relacionada con la velocidad, la superficialidad y la cantidad. Esto a primera vista conspira contra la profundidad de los vínculos, en los que interesa es la calidad, y que requieren de tiempo para ser cultivados”.
Por eso la amistad verdadera que nace de sintonías profundas y no busca otra ganancia que la sola compañía, la que “es un alma que habita en dos cuerpos y un corazón que habita en dos almas”, al decir de un tal Aristóteles, hoy día, en la era de los pulgares hacia arriba, es un acto de resistencia (si ya leyeron La Resistencia de Ernesto Sábato entenderán por qué me arriesgo a decirlo. Si no lo han leído, háganse ese favor, se están perdiendo de algo grande).
Resistencia a que en el camino de la amistad crezca la maleza, como aconsejaba Platón (hay cursos básicos de jardinería que enseñan a desyerbar).
ETCÉTERA: Con el permiso de Alberto Cortez. A mis amigas les adeudo la ternura/ y las palabras de aliento y el abrazo;/ el compartir con todas ellas la factura/ que nos presenta la vida paso a paso. Al lado de ustedes, chicas, no hay millón de seguidores que valga. Confirmado por Harvard que no es cualquier cosa.