Era la humedad de Cartagena o el sofoco de las neuronas comprimidas por la gorra o los efectos de un zancudo zumbón en la oreja, pero esa noche, cuando lo vi desencajado, con la mirada extraviada, el verbo desatado y el Mirado #2 apuntando al frente, pensé en voz alta: a este le va a dar algo.
Me refiero a Gustavo Francisco Petro Urrego, mandatario, según la Constitución (art. 188), de los cerca de 52 millones de integrantes del pueblo colombiano –no sólo de los 11.2 que lo votaron en las presidenciales del 2022, muchos de los cuales, arrepentidos, se le quitaron en las regionales del 2023-, gústenos o no el personaje y gustémosle o no al personaje; aunque él quiera imponer la falacia de que ser pueblo es lo mismo que ser petrista, y ser Petro es lo mismo que ser Colombia. (L´État c´est moi, dicen que decía Luis XIV, mientras defecaba rodeado de sus áulicos). Por eso en los estatutos del Pueblo´s Club reza: sólo se admiten hinchas furibundos; cualquier discrepancia conlleva la pérdida de la membresía. Los que no cumplen los requisitos -39 millones que no lo votaron-, entonces, ¿qué vienen siendo? Oligarcas, dice el ungido con arrogancia y desprecio.
Y me refiero al discurso de la semana pasada –picado y peligroso como mar de leva-, luego de que el CNE anunciara investigación contra la campaña Petro Presidente. ¿Ustedes no saben quién soy yo?, preguntó con otras palabras, temblando de la ira; calificó de vagabundos y corruptos a los magistrados –algunos con interrogantes, es cierto- que osaron tratarlo como a cualquier mortal que debe acogerse a la ley. ¡Yo soy el nuevo mesías! Se respondió con otras palabras, igual temblando de la ira; notificó que su único comandante es el pueblo que le marca el paso. El limitado sector que lo celebra, omitió especificar.
Y me refiero, también, a su penúltima salida en falso. (Nunca digas última, en cualquier momento y a la vuelta de cualquier esquina salta la liebre; caza peleas a pedido; descubre enemigos bajo las piedras; funge de víctima, por supuesto). Ahora le tocó el turno a su antecesor, Iván Duque, por cuenta del cuestionado accionar de miembros de la fuerza pública en los disturbios protagonizados por la llamada primera línea, durante su gobierno. Con la memoria selectiva que lo caracteriza -¿recuerdan que estuvimos a punto de romper relaciones con Argentina porque Milei lo tildó, a Petro, de terrorista?- llamó “terrorista” al expresidente, subrayando la palabreja con el lápiz de marras. Como él sí es juez…
Refractarios a la crítica de quienes no les marchan y con la autocrítica en los tobillos, él y su entorno se han dedicado a hacerse oposición -corrupción, incompetencia, ¿les suena?-, y a dejar muy mal parado el futuro de la izquierda nacional.
La cuestión es que, en un ataque de ira, de esos que está padeciendo cada vez más a menudo, puede caer redondo. Y el golpetazo que se va a pegar no será blando, eso seguro.
ETCÉTERA: Sus palabras recientes más parecen de arenga que de discurso; de déspota que de demócrata; de agitador que de Presidente. ¿Qué le pasa a este hombre? Le va a dar algo, si no aprende a respirar hondo, a meditar antes de hablar, a escuchar al pueblo que no le hace la ola, a estar a la altura de su alto cargo. Amanecerá y veremos, faltan dos años para saberlo. (¡Ay, Dios!)