El estribillo: la historia hay que contarla y recontarla para que las nuevas generaciones la conozcan y no se repita, es pura cortina de moralina lanzada por quienes se benefician –editores, escritores, guionistas, intérpretes…- de esa cantera inagotable de truculencia que ha sido, es y será el universo del narcotráfico.
Sáquenle jugo al tema, señores, están en su derecho. Pero de frente; no solapen el ánimo de lucro que los asiste, con prédicas huecas. Si estamos invadidos de libros y series de narcos, sapos, tetas, paraísos y demás,no es porque tales productos dejen propósitos de enmienda en la sociedad –la cultura traqueta goza de cabal salud-, sino porque hacen sonar registradoras.
Que estos proyectos no afectan la imagen internacional de Colombia, se suele afirmar. Mentira. Son pan de cada día las requisas e interrogatorios a nuestros viajeros en los aeropuertos. Que sólo van dirigidos a colombianos en el exterior… Mentira. Si fuera así, no invertirían millonadas en las campañas de expectativa. No hubieran tapado, por ejemplo, la fachada de un edificio en Puerta del Sol (Madrid), con un aviso de Narcos; era diciembre y en medio de un reguero de pepitas que no eran copos de nieve, estas palabras: Navidad Blanca. O no hubieran adaptado un camión cisterna con el nombre Griselda en altorrelieve, como el que recorre ahora las calles de la capital francesa, con un tubo en la trompa que simula esnifar unas líneas blancas; no es diciembre, pero dice: Alerta del tiempo, muy alto riesgo de nieve en París. O no hubiera organizado, Sofía Vergara, la maratón que está corriendo para promocionar, entre carcajadas, dicha miniserie, de la que es productora y protagonista. O…, ejemplos los hay por montones, pero ninguno hace pensar en los migrantes como destinatarios.
Lo que sí no hay, es mínima posibilidad de que creamos en la tarea pedagógica que desarrollan estos productos de consumo rápido y masivo. Su calidad –no soy público, con mi ejercicio periodístico iniciado en época de bombas, me basta y me sobra- no es la discusión. Es la hipocresía, es la falacia. Fuera de nuestras fronteras seguimos siendo identificados con personajes de ingrata recordación, en buena parte, por cuenta de la narco obsesión de creadores monotemáticos propios y ajenos. Sobre todo, propios, no se van a dejar arrebatar la gallina de los huevos de oro.
Pues claro que primero fueron los narcos y después quienes cuentan sus historias, tal cual alega Gustavo Bolívar agitando la coleta. Es una obviedad, nadie dice lo contrario. Mayor obviedad aún, el colofón: lo mejor sería que no hubiera narcos en el país. (Qué pensador es este hombre). Cómo no, Bolívar. Usted sabe que sin narcos no habría paraíso para aquellos que, al contar sus historias, las inmortalizan y crean aventureros de leyenda. Y, de paso, se vuelven famosos. (Y hasta políticos).
ETCÉTERA: Una chica dominicana con quien me crucé una vez, me contó que había estado enganchada a una serie sobre Pablo Escobar. ¿Y cómo te pareció?, le pregunté. “Muy buena, pero me dio penita cuando lo mataron; le había tomado cariño”, me contestó con un puchero. Enmudecí, la película de la década del terror en Medellín se agolpó en mi mente y sólo me dejó espacio para pensar: a capo muerto, mito puesto