/ Francisco Ochoa
Se acerca la hora de debatir y aprobar el nuevo Plan de Ordenamiento Territorial (POT) para Medellín. Este marcará el rumbo de nuestra ciudad mucho más allá de los nueve años que cobija su vigencia, e impactará aspectos como transporte, empleo, vivienda, recreación y ambiente. Vamos a darle un vuelco al río Medellín, al devolverle el papel protagónico que la geografía le concede; está aprobado un anteproyecto de un ambicioso desarrollo que generará áreas verdes, zonas de esparcimiento y mejoras al sistema vial en sentidos sur-norte y norte-sur, lo que constituye una ocasión excepcional para densificar y redesarrollar una serie de zonas subutilizadas, cercanas al río. El plan parcial de Naranjal es un claro ejemplo de que la vivienda en altura sí se puede y debe dar en estas áreas, donde la aptitud geológica y la calidad del soporte lo permiten.
A raíz de la dolorosa tragedia del proyecto Space se ha discutido sobre la necesidad de respetar las laderas de nuestro valle, las cuales han mostrado la vulnerabilidad a los desarrollos. Declaraciones de altos funcionarios de Planeación hacen pensar, con justificada razón, que la intención en el POT es desarrollar con mayor densidad las áreas centrales ubicadas al interior del Valle de Aburrá.
En ese caso, se hace necesario redesarrollar sectores ineficientemente desarrollados, como Prado, Boston, Barrio Colombia, San Benito, Estación Villa, Jesús Nazareno y Guayabal, entre muchos otros. Todos ellos son muy centrales, con bajas alturas y bajas densidades. Se trata de hacer un planeamiento a largo plazo, delicado, en el cual la municipalidad deberá ser actor de primera línea como manejador de un banco de tierras, mediante las herramientas con que le dota la ley 388 de 1997. Esto con el fin de promover los planes parciales y las alianzas público-privadas que posibiliten desarrollos acompasados, densos pero ricos en áreas verdes y zonas recreativas para sus habitantes. Vale la pena citar la experiencia de Singapur, con mayores limitaciones de terreno. Su autoridad de Redesarrollo Urbano propende por un desarrollo armónico con mayores densidades y con generosas zonas verdes; la ciudad que han construido es de aplaudir y debe servir de inspiración y modelo para otras.
En este orden de ideas, resurge una que ha sido objeto de debate: el aeroparque Juan Pablo II (Olaya Herrera). Creo que llegó la hora de despedirnos de este aeropuerto alterno y de pensar, con tiempo y adecuado transporte, del traslado de todas las operaciones aéreas a Rionegro. Eso permitiría convertir al Olaya Herrera en un gran parque e incrementar de manera sensible el número de metros cuadrados de zona verde por habitante, objetivo que busca y requiere afanosamente la ciudad. Pero lo más importante del cierre de este aeropuerto sería la posibilidad de aumentar la densidad en sectores que durante muchos años han estado restringidos por la Aeronáutica Civil para ejecutar desarrollos en altura, principalmente los barrios ubicados en el cono de aproximación del Olaya Herrera y zonas vecinas, como Belén, Rodeo, Rosales y Fátima, entre otros.
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