/ Jorge Vega Bravo
Avanzamos en el conocimiento de la naturaleza cuando aclaramos las diferencias entre planta, animal y humano. Ellos tienen en común –entre otras cosas- la capacidad de transformar sustancias y construir tejidos. En la planta el desarrollo conduce a una forma plana –la hoja- y en el animal sucede algo más. La planta despliega su vida hacia al espacio luminoso exterior; el animal se encierra en su organismo creando un espacio interior. La planta es un órgano de la tierra; el animal y el hombre tienen sus propios órganos. La planta es toda ella ‘un órgano respiratorio’, pero no puede albergar el aire (Husemann-Wolff).
Los peces -primeros vertebrados- toman aire del agua a través de las branquias y los anfibios logran la metamorfosis de branquias a bronquios; se abre el espacio para el aire y la respiración pulmonar. Animales y humanos no estamos tan abiertos al mundo exterior como la planta y ya en el desarrollo embriológico vemos el gesto primordial de invaginación, de plegado, que permite la formación de cavidades huecas y crea un espacio interior.
El espacio interior posibilita la entrada y salida del aire, la entrada de los nutrientes y la excreción de los deshechos y conlleva las polaridades: construcción-destrucción, actividad-reposo, apertura y cierre. “Al gesto primordial de encerrarse en un espacio interior, corresponde el gesto de abrirse al mundo a través de los órganos de los sentidos”(Ibíd.) Este sistema de fuerzas que induce al ser vivo a interiorizar para volver a salir, es denominado por R. Steiner cuerpo sensible o anímico y los antiguos (como Paracelso) lo llamaban cuerpo astral. Y si bien este nombre genera prejuicios en la visión materialista del mundo, los hombres antiguos tenían claro que los astros eran el arquetipo cósmico de las fuerzas que forman los animales y el hombre. De allí Zodiaco (ZOO-diaco: rueda de los animales).
Porque tenemos un alma (anima=aliento), los seres humanos podemos albergar un nivel más elevado: el espíritu humano, que se expresa como entidad individual. Esta organización del yo es la responsable de la forma humana y se manifiesta como capacidad de erguirse-andar, de sentir- hablar y de pensar-tener ideales.
La creación de un espacio interior es una conquista individual y colectiva. En la historia de la humanidad, la arquitectura fue transformando los templos y casas desde estructuras cuyo foco estaba dirigido hacia el cielo –por ejemplo, los templos chinos curvados– en templos y casas cuyo foco está dirigido al espacio interior, creando una atmósfera diferente. Comparen ustedes un templo chino con la cúpula de la Basílica de San Pedro, en Roma, y percibirán esto. Crear un espacio interior es uno de los requisitos para la evolución. La cultura actual apela continuamente a lo exterior, nos invita a vivir afuera; el proceso de humanización implica volver al interior para fortalecer la autoconciencia y desde allí establecer vínculos con el entorno. En este proceso de entrar y salir somos humanos. Los invito a recrear el gesto embriológico de plegado, de interiorización, para ir al propio templo. Una máxima china antigua dice que todo proceso de curación, de transformación, empieza en el interior, en el templo de cada uno.
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