Hablamos en otras columnas del proceso de separación entre el Yo y los diferentes cuerpos. El proceso de separación entre el Yo y el cuerpo físico lo vemos en todas las dependencias. El proceso de separación entre el Yo y el cuerpo vital se presenta en lo que genera rutina y nos lleva a consumir sustancias u objetos que excitan y rompen la aburrición.
El Yo también se separa del cuerpo emocional y de la propia organización del Yo. Abordamos hoy la separación entre el Yo y el organismo emocional o sensible. Este cuerpo se desarrolla durante el segundo septenio y nace con la maduración hormonal. El cuerpo emocional es el asiento de la conciencia. La conciencia surge en la historia de la vida con la aparición de cavidades huecas, fenómeno que se inicia en el reino animal. Aire y sustancias entran y salen del cuerpo. El cuerpo sensible es también responsable de los procesos de movimiento corporal y de movimiento interior (emociones). Por él podemos traer el mundo al interior y expresar nuestro mundo interno a través de sentimientos y emociones. Es una respiración anímica.
El distanciamiento entre el yo y el cuerpo emocional lo evidenciamos en las situaciones en que tenemos deseos, apetencias o anhelos que no podemos satisfacer. Y si a pesar de esta imposibilidad persistimos en nuestro deseo, “estamos frente al nacimiento de un activo demonio emocional, que se enfrentará hostilmente a nuestro yo, deseando alejarlo del cuerpo emocional. El cuerpo sensible es de por sí egoísta, como cuerpo de pasiones y deseos que se yergue ante el yo”. (M. Glöckler) Un ejemplo patético de esta situación es lo que nos ofrecen los medios de comunicación, que crean necesidades e inducen deseos que son trasladados al alma. Sabemos que esto no tiene un principio de realidad, pero engendra tensión y agitación en nuestro interior. “Cuando se extingue la embriaguez anímica, el alma se siente vacía y espera la siguiente embriaguez, el fascinante capítulo siguiente”. La T.V., el Internet y las redes sociales juegan un papel determinante en la creación de deseos y necesidades que generalmente no pueden ser satisfechos.
Esta separación entre Yo y cuerpo emocional hace que el ser humano esté a merced de sus emociones más primarias: el miedo, la ira, el odio, la obsesión y la tristeza nos invaden en la vida cotidiana y no tenemos control sobre ellas; emerge la naturaleza animal y me convierto en un ser que oscila entre la simpatía y la antipatía y que está a merced de la marea emocional. Aquí también puedo ser dependiente.
¿Debo darle libre curso a mis emociones o puedo transformarlas? ¿Cómo asumo la responsabilidad de lo que sucede en mi cuerpo emocional para no dejarme arrastrar por el torrente de los deseos y los anhelos que me propone la cultura? Recordamos a Goethe cuando decía que es necesario contemplar el mundo como hombres indiferentes y casi divinos. En la antigua tradición china se hablaba de la divina indiferencia como un estado donde hay unidad entre el nivel emocional y la individualidad. Esta indiferencia debe ser entendida como serenidad, calma interior y distancia emocional.
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Los demonios emocionales
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