Cuánto me gustaría tener asumida por completo a Medellín y escribir menos sobre ella. Pero es imposible. Sobre todo cuando la tragedia del Space nos tiene a todos con el corazón maltrecho de dolor y de indignación. Con la angustia superpuesta a la esperanza, por cuenta del inminente peligro de colapso en otras torres. Aún no hay espacio para pensar con cabeza fría, respecto de las consecuencias que lo sucedido tendrá (tiene ya) en las vidas de cientos de personas.
Y, en todo caso, debemos evitar que se enfríe demasiado para que no se empantanen las investigaciones –lo mínimo que se merecen los damnificados–, las cuales deben llegar hasta las raíces profundas del asunto.
Ya se empiezan a oír voces en el sentido de que el objetivo no es buscar culpables. Blablá. Pues claro que se trata de identificar responsables dentro de los marcos establecidos por la ley. Una mole como Space no es una verruga que le salió a la tierra de la noche a la mañana. Alguien la puso allí (y no fue el Padre Marianito).
Pasar la página con el argumento peregrino de que fue un incidente fortuito, no sólo es un comportamiento ventajoso y ruin, sino que sería un encubrimiento doloso. Hay que dejar obrar a la justicia. Y de manera paralela ayudar a sanar las heridas de quienes perdieron seres queridos y de quienes, más afortunados, perdieron sólo todo lo material que tenían. Luego sí, a repensar lo que se quiera, que para elaborar diagnósticos estamos hechos.
Sospecho que empiezo a padecer de esquizofrenia urbana. Ya no sé muy bien cuál es la ciudad en la que vivo. Si es en la que la mayoría de los habitantes es solidaria, hospitalaria, honrada, trabajadora, alegre…, con una vocación de futuro indiscutible. O si es en la que los hampones de distintas raleas menean su capa negra sobre valles y laderas; o en la que los mandatarios ven el espejismo que les filtran sus asesores; o en la que sirve de ejemplo afuera, pero por dentro llora de desigualdad e inseguridad. Ya no sé si vivo en una ciudad que forma parte de las grandes ligas o si en una que a duras penas calienta banca viendo jugar el partido ¿En cuál de las dos?
Me dijo un amigo, refiriéndose al hermanamiento entre Medellín y Barcelona: “Pues puede que sean hermanas, pero Medellín es la hermana calavera”. Suena chistoso, es triste. Y real. Barcelona nos lleva años luz en la relación ciudad/ciudadano. Allí el entorno está pensado y gobernado en función de quienes lo habitan, para hacerles amable el diario vivir, para facilitárselos privilegiando el bien común sobre el particular. Es una ciudad para degustar, caminar, recorrer en bicicleta sin que conductores de buses, taxis o carros particulares sean amenaza. Y, lo más importante, sin que bajen a los ciclistas en plena vía.
En fin, que no tenemos que compararnos con la hermana del otro lado del océano para ser conscientes de nuestras limitaciones. Una muestra pequeña: Fenalco se queja de la seguridad y el orden en el Centro; deportistas salen a marchar contra los ladrones de bicicletas; un diario pregunta a la Policía, en nota editorial, si sabe que están atracando fincas; comerciantes de barrio se quiebran por las extorsiones; mediciones laborales muestran que somos campeones en subempleo; la fachada flotante de la Biblioteca Santo Domingo, una joya de la corona de las administraciones municipales, se descascara; en las redes sociales denuncian que en los buses San Diego/ Envigado raquetean a los pasajeros, y que en los semáforos de La 33 y de Los Balsos siguen robando motos; etcétera y etcétera. Y, para rematar, El Espectador publicó un informe (lunes 7 de octubre) que lo deja a uno con los pelos de punta. Se titula El pacto criminal en Medellín. Terror en estado puro.
Es como si a Medellín la hubiéramos conseguido en un pagueunayllevedos y hubiéramos salido estafados con la ñapa.
Etcétera: Terca, me esfuerzo en creer –por y para ello trabajo desde mi orilla– que la Medellín que habito es la que al final emergerá fortificada, libre de ñapas. Con cero política del avestruz, claro, porque lo que sentimos en la piel es lo que hay, señores gobernantes.
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