/ Jorge Vega Bravo
Ya habíamos afirmado que a la humanidad de hoy le duele la relación entre médico y enfermo. En la época actual, con honrosas excepciones, este es un encuentro atravesado por el temor y la prisa e intermediado por aparatos que impiden el verdadero contacto. El enfermo, al llegar a la consulta, está desvalido y lleno de preguntas. Afirma William Ospina en su ensayo “La mirada de hielo”: “Pocas cosas reducen tanto al hombre a la inermidad y la impotencia como el poder de los médicos” y cita a M. Yourcenar en “Memorias de Adriano”: “Es difícil seguir siendo emperador ante un médico”.
Si entramos a la revolución industrial y luego a la modernidad vemos cómo la relación médico paciente está afectada por la reducción del ser humano a la condición de un cuerpo signado por la genética, la biofísica y la bioquímica y donde la conciencia es el resultado de la interacción de hormonas y neurotransmisores. El alma humana fue reducida a la materia con el nacimiento de la Patología celular (Virchow, 1858) y los sentimientos y emociones del enfermo relegados a un segundo plano.
Laín E. habla de cuatro metas principales del interés del médico en el mundo actual: la primera es la del médico que quiere ayudar al enfermo y pone la voluntad a su servicio, tratándolo como a un sujeto que padece, que tiene una historia y unas circunstancias. Otros médicos -sobre todo en las instituciones hospitalarias-, ven al enfermo como un objeto de conocimiento científico y su trato es distante, riguroso y limitado al tratamiento con terapias de “eficacia comprobada por la ciencia”. La tercera postura es ver al paciente como “pieza eficaz de la máquina social” o como una cifra. Y finalmente hay médicos cuyo interés es un mejor o peor disimulado apetito de lucro y de prestigio. Mucho se ha escrito y presenciado sobre la corrupción en la esfera de la salud.
Es claro que “en la realidad individual y concreta de cada médico se entraman dos o tres de estos motivos, acaso los cuatro, aunque sea uno el que prevalezca”. No hay médicos de una sola pieza, ni tan inhumanos que solo busquen la ciencia o el afán de lucro, ni tan angelicales que trabajen solo por amor al arte o al enfermo. Cuando estaba estudiando en la Universidad de Antioquia hicimos una encuesta informal entre los pares sobre los motivos para estudiar Medicina: alrededor del 50 por ciento se movía por la necesidad de mejorar las condiciones socioeconómicas personales y familiares. Un grupo importante (aproximadamente el 30 por ciento) tenía un claro interés por la investigación y la ciencia, y unos pocos se habían acercado a la Medicina como una vocación, con un sentido de servicio o como parte de un destino individual. Es claro que estos motivos se mezclaban en muchos de ellos.
Para que la práctica de la Medicina sea moralmente admisible, bastará –supuesta la eficiencia técnica– que no sean la sed de lucro, el egoísmo o un deshumanizado apetito de saber, las instancias decisivas del comportamiento médico (Laín E.) Queremos rescatar un encuentro que desde el saludo brinde salud. Queremos recuperar la magia, los sueños, las historias de vida, la sabiduría de lo simple. Queremos construir una Medicina con encuentros entre seres humanos y donde el médico interior del enfermo tenga espacio y valor.
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