/ Juan Carlos Franco
¿Por qué Medellín tiene tan pocos parques? Pues porque nunca ha tenido parques. ¿Por qué es tan difícil construir o aprobar parques para Medellín? Pues porque sus habitantes no crecieron con parques y tampoco sus dirigentes han vivido de manera directa los beneficios que un buen parque le trae a la ciudad. Si un dirigente no conoce, no propone ni lidera. Si un habitante no conoce, no espera ni exige.
No hablamos de parques pequeñitos, estilo Plaza de El Poblado o los dos de Laureles. Hablamos de parques serios, grandes, con enormes espacios verdes y lagos, con infraestructura, con gerencia, con ambición…
Como los tienen en tantas ciudades de América Latina y del resto del mundo…
Si algunos de los alcaldes, secretarios, concejales y curadores que se suceden en Medellín hubieran contado durante su niñez, crecimiento y formación con un parque similar a los de ciudades como Sao Paulo, Quito, Santiago, Buenos Aires o México, seguro tendrían más claras las condiciones que aumentan la calidad de vida de una ciudad. Y hasta las buscarían y aplicarían. Y, por supuesto, todos tendríamos claridad sobre las obras que valorizan una ciudad y las que no. ¡El tiempo y la tinta que ahorraríamos!
Es bien diciente que hace un año nos hayan regalado, por ejemplo, el Parque de La Frontera y durante mucho tiempo no abrió porque no sabían a quién dárselo para administrar. Y peor aún el de la Presidenta… O sea, dentro del organigrama de la administración, en el que hay gente para todo, no parece estar siquiera considerada una pequeña entidad para que administre y le dé vida a los parques de Medellín. Y si averiguan por fuera, el sector privado les saca el cuerpo.
Pero no se trata solamente de barrerlos o mantenerlos podados. Se trata de hacerlos atractivos para la gente de cualquier estrato y edad por medio de una mínima pero imaginativa programación cultural, lúdica o deportiva.
El parque es el mejor integrador. Allí la gente de cualquier estrato va y se relaciona con cualquier otro. O sea, lo opuesto del centro comercial, especialmente de El Poblado, donde las tiendas compiten por ser cada vez más exclusivas. O excluyentes. Excluir es su razón de ser.
Ni siquiera el estadio es incluyente, mucho menos el teatro. Para eso están las boletas de precios tan diferentes. En el parque no se paga, por tanto no se discrimina.
Y si algo necesita Medellín es progresar en su inclusión social. La ciudad parece haberse construido sobre la premisa de la exclusión. A lo largo de la historia, la clase alta se establece en ciertas zonas de la ciudad que luego va abandonando a medida que se instalan otros estratos o van cambiando los usos del suelo.
Del Centro a Prado. Luego a Laureles. Y después a El Poblado, siempre urbanizando el espacio disponible, dejando el mínimo para vías y cero para parques. Planificación funesta y prioridades invertidas.
El único ejemplo de planificación urbana de buen nivel y durable en Medellín es la franja del río. Solo se formuló pensando en vías, no en parques, pero es destacable que se haya respetado a lo largo del tiempo.
Hoy, gracias a la franja, tenemos la oportunidad irrepetible de hacer el mejor parque imaginable a lo largo del río. Enterrar la vía será difícil y costoso, pero si el resultado colateral es un súper parque, habremos cambiado el modelo y dado el mayor salto hacia la inclusión y la equidad social.
En el siglo 21, como ya lo han demostrado muchas ciudades, las vías se entierran para dar paso a los parques.
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