/ Jorge Vega Bravo
En los tiempos antiguos las prácticas médicas estaban enmarcadas en una atmósfera mágico religiosa donde la realidad corporal era casi inexistente. Con la antigua cultura persa, entre el segundo y tercer milenio a.C., la humanidad empieza a considerar al cuerpo físico como algo más que una envoltura y a identificarse con él. Se tenía la convicción de la continuidad del espíritu antes del nacimiento, en la vida terrenal y después de la muerte. Luego surge la incertidumbre respecto a la permanencia del alma después de la muerte. En la epopeya de Gilgamesch (rey persa, aprox. 2700 a.C), se plantea la pregunta por la inmortalidad. Ante esta incertidumbre, Gilgamesch migra hacia occidente y se contacta con los misterios de Hibernia donde aprende sobre el misterio de la muerte y el carácter eterno del espíritu.
En aquel tiempo los procedimientos curativos –con excepción de las heridas- tenían un carácter ritual. Se empiezan a investigar los órganos con la certeza de que eran una imagen del macrocosmos. La regla de Hermes “como es arriba es abajo”, va a encontrar una actualización en la afirmación de R. Steiner en su Fisiología Oculta (1911): “Nuestros órganos son fuerzas planetarias interiorizadas”.
En la antigua Grecia aún pervivían los médicos sacerdotes y a través de los misterios de Esculapio se hizo la transición entre una terapia puramente espiritual y una medicina más ligada al cuerpo. Hipócrates y sus contemporáneos tomaron su sabiduría de estas fuentes espirituales y la teoría de los humores se basó en un saber que observó cómo el alma se entrelazaba con los procesos corporales de cuatro maneras diferentes -cuatro humores-. Hipócrates destacó la relación entre lo anímico-espiritual y lo corporal y planteó que se puede actuar mejor sobre la inserción del alma en el cuerpo mediante el movimiento activo y pasivo. Nacen la gimnasia y el masaje. El griego consiguió una profunda armonía entre el mundo de arriba y el de abajo y desarrolló una arquitectura propicia para el descenso de los dioses a la tierra.
El tratamiento corporal “consistía en el conocimiento de que la penetración del alma en el cuerpo estimula procesos vitales inconscientes, como el crecimiento, el tono muscular y la actividad glandular, desde adentro, así como en una planta estos procesos son estimulados desde el cosmos” (M. Hauschka). La medicina pasa del empirismo (empeirós es repetición) al arte y a la técnica (tékhné), que hace algo sabiendo el por qué. Y la relación médico enfermo se fundamenta en la amistad (philia). “El enfermo es amigo del médico a causa de su enfermedad”, afirma Platón en el Lisis. El médico griego busca articular la philantropía (amor al ser humano como tal) con la philotekhnía (amor al arte de curar) y el enfermo desarrolla una confianza en la capacidad y la suficiencia médica del asclepíada. Dos escritos tardíos del Corpus Hippocraticum (Sobre el médico y sobre la decencia) describen en detalle los requisitos que debe llenar el médico para conquistar la confianza del enfermo: ‘vestirá con decoro y limpieza… será honesto y regular en su vida, grave y humanitario en su trato; sin llegar a ser jocoso y sin dejar de ser justo, evitará la excesiva austeridad. Quedará siempre dueño de sí.’ (Citado por Laín Entralgo). Qué adecuadas estas recomendaciones para el médico actual.
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