En agosto de 1420 iniciaban los trabajos de construcción de la cúpula de la Catedral de Santa Maria del Fiore, la obra más compleja, audaz y creativa del siglo del Renacimiento.
En momentos en los cuales parece ganar terreno una mirada escéptica sobre el valor de lo que hemos realizado y logrado como especie, quizá convenga volver los ojos sobre una de las obras más extraordinarias de la historia, que hace 600 años empezaba a construirse en Florencia, la cuna del Renacimiento Italiano.
En efecto, el 7 de agosto de 1420 el arquitecto Filippo Brunelleschi iniciaba los trabajos de construcción de la cúpula de la Catedral de Santa Maria del Fiore, que llevó adelante hasta su muerte en 1446. Frente a ella se puede sentir un legítimo orgullo por los inmensos logros de la creación humana.
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Las características físicas de la cúpula son impresionantes; entre muchas dimensiones asombrosas puede recordarse que su diámetro interno es de 45,5 metros y el externo de 54,8 metros, que se eleva 116 metros desde el piso, que pesa unas 30 mil toneladas y que en ella se emplearon no menos de cuatro millones de ladrillos. Al momento de su construcción era la cúpula más grande del mundo y sigue siendo la mayor construida en ladrillo.
Un problema de dimensiones
Pero lo realmente trascendental no se comprende con el mero enunciado de dimensiones cuyo sentido casi siempre se nos escapa. Porque lo que hace extraordinaria esta cúpula tiene que ver con la forma en que fue construida y con su significado cultural.
Aunque toda la estructura del edificio había sido concluida en 1315, quedando solo pendiente la cúpula, durante más de un siglo nadie encontró la manera de solucionar el problema de las gigantescas estructuras en madera (cimbras) que habrían sido necesarias para sostener la cúpula en construcción hasta llegar a la cumbre, a 116 metros de altura, donde finalmente los empujes de todo el edificio se contrarrestan.
Incluso más allá de la complejidad de semejantes estructuras, se había constatado que ya no había personas que supieran hacerlas, que era imposible contar con maderas de las dimensiones requeridas y que, en caso de haber sido posible encontrarlas, su costo sería desmesurado. Sin embargo, Brunelleschi comprende que su problema no es encontrar la forma de construir las cimbras sino uno mucho más complicado que es, como señala G. C. Argan, prescindir de ellas. Y por primera vez en la historia, el arquitecto asume la plena responsabilidad de su proyecto, incluyendo las consecuencias de su posible fracaso.
Una cúpula que se expande sobre los cielos
La solución de Brunelleschi consiste en convertir la propia estructura de la cúpula en su soporte, creando dos casquetes, uno dentro del otro, que se sostienen mutuamente a medida que se van levantando, con un sistema constructivo que todavía se intenta comprender, pues el arquitecto no dejó los dibujos ni los estudios previos que debió realizar. No fue necesario construir cimbras, aunque, por supuesto, sí se usaron grúas y andamios. Ya desde la época de su construcción se destaca la sensación de que la cúpula se levanta y expande sobre los cielos, que gira con la luz y que con su sombra parece cubrir todos los pueblos de la región.Desarrollando esta idea, es claro que, aunque la obra aparece como un verdadero milagro técnico, su significado no se agota en ese nivel sino que plantea la realidad política, social, cultural y artística de una ciudad como Florencia que, con mucha potencia, se está convirtiendo en el centro de la civilización occidental. Y como para destacar los alcances de esa creación moderna que es la Florencia renacentista, la cúpula se corona con una linterna que es, en realidad, una especie de templete clásico romano; pero no para afirmar que Florencia es una heredera de Roma sino casi lo contrario: que el pensamiento moderno florentino que se encarna en la obra de la cúpula abre los horizontes históricos y crea el concepto de lo clásico.
Celebración del mundo moderno
En definitiva, hace 600 años comenzaba la obra más compleja, audaz y creativa del siglo del Renacimiento; para muchos, la más importante construcción europea desde la Antigua Roma; una estructura que revela la existencia de una nueva conciencia artística, la del creador intelectual, libre y plenamente responsable de su trabajo desde el punto de vista técnico, pero, sobre todo, de sus valores conceptuales y significativos.
No es exagerado afirmar que, de alguna manera, deberíamos estar celebrando el sexto centenario de la aparición del artista moderno. Y del mundo moderno.