/ Etcétera. Adriana Mejía
Se trata de la mastectomía de la actriz norteamericana Angelina Jolie.
Según contó en artículo reciente del New York Times, alertada por la muerte de su mamá, tras ocho años de lucha contra un cáncer de seno, decidió practicarse las pruebas genéticas BRCA 1-2 con el fin de determinar si era portadora de la mutación genética que la expondría a un 80 por ciento de probabilidades de padecer la enfermedad. Los resultados salieron positivos. Entonces, luego de consultar con varios de los mejores especialistas del ramo, decidió someterse a un vaciamiento preventivo, con reconstrucción e implante de prótesis mamarias.
Una vez finalizado el proceso, por fortuna para ella y los suyos, con muy buen suceso, Angelina pasó a la segunda parte del protocolo, el que sigue con cada una de las actividades que realiza: los anuncios publicitarios. Gracias al equipo de asesores que la sigue, con la disciplina de las abejas a la Reina, quienes nos levantamos por las mañanas con el pelo revuelto, no sólo la vemos siempre peinada de peluquería, sino que sabemos su historia de principio a fin. Con amores tormentosos, escándalos, peleas familiares y videos no aptos para menores, incluidos. Nos enteramos, también, de cómo se quedó con el marido de otra actriz; de cuál es la procedencia y el día a día de los muchachitos –hijos adoptados y biológicos– que conforman su “familia Benetton”; de cuántos quilates tiene el diamante que Brad Pitt le regaló. Nos enteramos de sus labores como embajadora de la Unicef, de su filantropía y, ahora, de su cirugía calificada como acto heroico y ejemplar por los medios de comunicación. (Y alarmista, les ha faltado decir, ya que tiene a montones de mujeres al borde de un ataque de nervios).
Pero, bueno, lo que Miss Jolie haga o deje de hacer con su vida, con el reality de su vida, es asunto de ella y me trae sin cuidado. Esta es la primera vez, espero que la última, que me ocupo de sus curvas de estrella mediática. Es su entronización en el podio de las que hay que imitar, la que me rebela. No creo que sea ningún ejemplo.
Lo sería si todas las mujeres que están en riesgo, famosas o no, poderosas o no, tuvieran las mismas oportunidades económicas –que el coraje la mayoría lo tiene de sobra– para realizar las consultas, las pruebas y las intervenciones quirúrgicas a las que AJ pudo acceder con facilidad. Hay que partir de la base de que cualquier problema de salud es más llevadero si reposa sobre colchones de reconocimiento y dinero. (Decirnos a las demás que sigamos su ejemplo es lo mismo que si nos invitaran a verla comer helado).
Imagino el recorrido de una ciudadana de a pie –Angelinas anónimas las hay aquí como arroz– tocando puertas de oficina en oficina para hacer entender a las EPS que hay casos en los que las pruebas genéticas son urgentes, las mastectomías, profilácticas, y las prótesis, acción humanitaria. ¡Por Dios! Si muchas pacientes tienen que recurrir a la tutela para que les brinden los medicamentos adecuados para sobrellevar la enfermedad ya declarada, ¿a qué medidas no tendrán que recurrir para que les acepten un tratamiento estando sanas? Impensable. Así de cicatero, inoperante e inhumano es nuestro sistema de salud, máxime después de que se lo han estado robando a los ojos de todo el mundo.
Con el perdón de la concurrencia, y contradiciendo a los gurús de la opinión, para mí los verdaderos ejemplos provienen de mujeres que ponen la cara a la vida (y a la muerte) sin apellidarse Jolie, ni ser portada de revistas, ni imágenes de ninguna campaña publicitaria. Ellas, lidiando silenciosas con su diario vivir, son mis heroínas.
Etcétera: Podría ser que los pechos millonarios de Jolie sean la punta de lanza de una campaña de Myriad Genetics para patentar las pruebas genéticas BRCA 1-2 y obtener las jugosas ganancias que de ellas se derivan. Cada una puede costar entre tres y cuatro mil dólares. Por lo pronto, las acciones de la Corporación se han disparado desde que la señora abrió su bocota. Ejemplar, ¿no?
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