“Un abuelo y su nieto se encaminaron un día a una aldea vecina para visitar a unos familiares, por lo que se acompañaron de un burro a fin de hacer más llevadera la jornada. Iba el muchacho montado en el burro cuando al pasar junto a un pueblo oyeron:
–¡Qué vergüenza! El jovencito tan cómodo en el burro y el pobre viejo haciendo el camino a pie.
Oído esto decidieron que fuera el abuelo en la montura y el joven andando. Pero al pasar por otra aldea escucharon:
–¿Viste al egoísta? Él bien tranquilo en el burro, y el muchachito caminando.
Entonces acordaron que lo mejor sería montar los dos en el jumento y así atravesaron otro pueblo, donde unos lugareños les gritaron:
–¿Qué hacen ustedes? Los dos subidos en el pobre animal. ¡Qué crueldad, van a terminar reventándolo!
Vista la situación, llegaron a la conclusión de que lo más acertado era continuar a pie los dos para no tener que soportar más comentarios hirientes. Pero pasaron por otro lugar y tuvieron que oír cómo les decían:
–¡Tontos! ¿Cómo se les ocurre ir andando teniendo un burro?”
(Calle, R. y Vázquez, S. Los 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de Oriente. Editorial Edaf.)
Este cuento nos lleva a preguntarnos qué tanta influencia tiene sobre nosotros lo que dicen los demás. En el evangelio de Marcos encontramos un encantador relato sobre un milagro realizado por Jesús. En un extraordinario acto de misericordia, devuelve la vista a un ciego llamado Bartimeo. Este se hallaba a un lado del camino y, al escuchar que Jesús pasaba, comenzó a gritar, implorando su compasión. “Muchos le reprendían para que se callase, pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten compasión de mí”. Bartimeo decide hacerse el sordo, actitud digna de imitar en circunstancias similares. Como a él, la vida nos pone momentos en que es preferible hacernos los sordos ante palabras de desgano, de desaliento, de crítica, que nos llevan a la derrota aún sin emprender la batalla.
Aparece también en la escena otro tipo de personas que lo motivan a ponerse de pie: “¡Ánimo!, levántate, te llama. Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús”. Caracterizan a aquellos que nos dan palabras de ánimo y motivación para cumplir ideales, o en momentos difíciles nos proporcionan el aliciente necesario para vencer. El texto añade que Bartimeo, al levantarse, arrojó el manto, símbolo de todo aquello que lo mantenía sumido en su miseria. Si queremos levantarnos, también necesitamos deshacernos de ese manto de los complejos y prejuicios que nos impiden hacernos cargo de nosotros mismos. Saber discernir es tener la capacidad para elegir valientemente lo que nos conviene escuchar, atender y hasta obedecer. Y así, de manera libre, tomar el camino que estimamos más adecuado, haciéndonos responsables de la propia existencia, asumiendo los riesgos sin querer culpar a otros de las derrotas.
La elección es nuestra: o tomamos las riendas o permitimos que los demás o las circunstancias decidan. Puede pasar que, como en el cuento, terminemos cargando el burro, para evitar habladurías y contentar a “todos”; montamos a la espalda la pesada carga de palabras necias y prejuiciosas que los demás pronuncian para dañar, y que acaban haciendo tan agobiante el caminar, que imposibilitan avanzar.
En conclusión: bueno es saber que Dios nos dio oídos para oír y en ocasiones también para no escuchar.
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