Da grima ver lo que está aconteciendo en materia de comidas populares no solo en el centro de la urbe (léase Medellín) sino en los 125 municipios de Antioquia. Antes cuando se llegaba al parque de cualquier población antioqueña los aromas y sabores que se esparcían por el aire aseguraban un variado recorrido de degustación provenientes de los toldos que en dichos parques funcionaban de sol a sol, ya que entre hornillas, pailas, bateas y peroles bailaban buñuelos, empanadas, papas rellenas, arepas, mazorcas, chorizos, morcillas, tortas de carne y de pescado, huevos duros, papas saladas, costillas, chicharrones, torticas de chócolo, jaleas de pata, colaciones con corozo, melcochas, galletas cucas, rollos rojos, hojuelas y otras tantas maravillas con más de doscientos años de arraigado consumo popular.
Hoy las cosas son a otro cantar, y si bien perduran algunos de los manjares mencionados, la realidad es que prima el cuarteto mencionado y por encima de ellos ha surgido una, para mi horrorosa, receta con la más estrambótica propuesta de salsas y aderezos la cual viene conquistando de manera galopante los paladares infantiles y juveniles de la nueva generación. Me refiero a la “salchipapa con todo”. ¿De qué se trata? Mis ojos no lo podían creer: en plato plástico ofrecen una dudosa salchicha frita -una veces en rodajas, otras tantas en flor- acompañada de aceitosos cascos de papa y estos a la vez recubiertos de salsa de tomate, mayonesa, mostaza, salsa rosada, leche condensada y miel. No se venden por docenas, se venden por centenas y la cara de satisfacción de los nuevos comensales es como de ganador de Baloto.
Me resisto a creer que me estoy envejeciendo por el paladar al sentirme completamente reacia a degustar menjurjes de tal naturaleza. No nos oponemos al progreso y tampoco estamos en contra de los procesos de modernización aplicados en los diferentes ordenes de la vida cotidiana; sin embargo, aquello de que moda es moda, es una verdad de puño que duele y más aun cuando se trata de comida, pues el dolor va directo al estómago. Personalmente considero que las nuevas generaciones vienen en un proceso de cambio de sus jugos gástricos otorgándole favoritismo a una oferta de comida basura, cuyas mezclas de sabores y consistencias, nada tienen que ver con la satisfacción que asegura el bocado de una dorada y crocante empanada acompañada de noble ají. Soy Mokusiana de tiempo completo, por lo tanto estoy convencida de que solo a partir de una educación desde la infancia sobre los sabores y propiedades de nuestros productos vernáculos, podremos recuperar en un mediano plazo el terreno del sabor, hasta hoy devorado por la globalización.