Napoleón chupó cárcel por mucho tiempo en la isla Santa Elena, pero jamás, con úlcera y todo, perdió el apetito. Famosa era su devoción por el pollo a la marengo.Lenin en sus días de presidiario se chupaba los dedos con los arenques en escabeche y se jactaba de comerse 4 en un solo envión. Bolívar, sitiado por sus enemigos en la Bogotá de la época, ponía en riesgo su vida con tal de desayunar con unas empanaditas de Manuelita. |
Lo anterior es una mínima muestra de lo que la buena cocina ha incidido en el genio y pensamiento de más de un estadista -preso político- en algún momento de su vida. La lista podría ser interminable y además bastante interesante para quienes estén interesados en montar un restaurante con las recetas preferidas de personajes famosos de la política mundial. Sin embargo, el asunto que me anima a escribir es la olla podrida de la política nacional, la cual se encuentra a borbotones y próxima a derramarse en todo el territorio colombiano. La verdad es que con los últimos acontecimientos de la llamada parapolítica me he puesto a pensar sobre el futuro que le depara a las cocinas de las cárceles en Colombia, las cuales van a tener en los próximos días huéspedes ilustres -¿presos políticos o políticos presos?- de todas las regiones del país, quienes con sus influencias e intrigas seguramente van a cambiar el menú diario del presidiario colombiano. Es un hecho, los tres golpes diarios que hasta hace unos años se apoyaban en exageradas porciones de arroz, papa, yuca y frijoles acompañados de aguapanela, seguramente van a transformarse en auténticos menús de degustación. Muchos dirán que estoy totalmente equivocada y que por lo visto jamás he pisado una cárcel colombiana, pues todo el mundo en este país comenta que, desde que los traquetos comenzaron a pasar vacaciones en las cárceles colombianas, la calidad de la vitualla diaria no solo mejoró ostensiblemente, sino que el antaño degradante oficio de cocinero de prisión, se convirtió en oficio de alta categoría y los mariscos, el paté y el caviar se comenzaron a poner sobre las arepas como si fueran mantequilla. Retomando el hilo de los últimos acontecimientos, voy a referirme a lo que supongo debe de ser el menú diario de la cárcel de La Ceja, donde hoy se encuentra más de una docena de pesos pesados no solo por su prontuario, sino por su contextura física. De origen casi todos caribeño, significa lo anterior que desde los fogones de La Ceja salen maravillas culinarias añorando la cocina sabanera, aquella de burrolandia, en donde la yuca cocinada, el plátano frito pasado por mojo de ajo, la chuleta de cerdo y el kibbe se bañan abundantemente en el ajisuero y en la desconocida pava de ají. Se trata entonces -imagino yo- de una mesa como la de los 12 apóstoles en la cual se sientan doce robustos comensales, todos pensando con sus estómagos en sus cocinas maternas y por lo tanto, dispuestos a consignarle al guardia del Inpec en las Islas Caimán, el oro o los euros que el señor guarda considere, con tal de dejar pasar el porta-comidas que viene cargado con manjares tales como: sancocho de pargo en leche de coco; mote de ñame y queso; arroz atollado con cangrejo y cabecitas de camarón; sopa de palmito; pasteles de pavo; lentejas con achiote y costilla de cerdo ahumada; dulce de mongo-mongo o almíbar de mamey; queso costeño frito; revoltillo de pisingo y huevo; empanadas de leche agria y, claro está, una botellita de Old Parr. Seguramente me estoy imaginando más de la cuenta, pero conociendo como conozco el disfrute de la buena mesa de los señores feudales, me atrevo a aseverar que los manjares referidos no son ni la más mínima muestra de aquello que cotidianamente disfrutan los señores de las AUC, quienes próximamente, en compañía de sus amigos los políticos… mejorarán el menú. ¿Estaré equivocada? |