Se trata de una rústica construcción en orillos de madera y cuyos techos y cerchas le dan la imagen de un típico granero de granja californiana del siglo 19. En su interior, además de funcionar el comedor, la oferta de antigüedades (allí funciona un anticuario) le ayuda perfectamente a su ambiente. No menos agradables son sus corredores y sus ramadas con mesas rodeadas de todo tipo de matas. Finalmente, su cocina abierta a la vista de la clientela y con robusto fogón de leña, invita al más desganado a romper su ayuno o su obligatoria dieta. Resumiendo: la cuota de “buena atmósfera” que debe de cumplir todo buen restaurante, en este lugar se puede calificar con cinco aclamado. Mi amistad con Maquí tiene más de 40 años y su característica sonrisa que en el Junín de los tiempos nadaistas conquistaba a todo el mundo, sigue vigente. Llegar a su lugar asegura ser recibido con sincero afecto y la informalidad que allí reina es parte de su encanto. Al frente de los fogones se encuentra otra gran amiga mía Martha Lucía Aristizábal excelente cocinera hecha empíricamente bajo la sombra del afamado chef, Robert Carrier. Pocas personas en nuestro medio saben y gozan cocinando como lo hace Martha y su presencia en este restaurante augura deliciosas preparaciones. Pedí de todo y todo me salió excelente. Me inicié con 3 entradas a saber: Portobelo gratinado a las finas hierbas, carrusel de tomate al mozzarella y bruschettas campesinas (en la mejor focaccia que he probado en mi vida). Todas tres salieron del horno impecables. Reforcé mi pedido con un mixto de escalopes de ternera (milanesa y al limón) cuyo apanado y tierno sabor de la carne me enviaron a mis lontanas comilonas en la tierra de los Sforza. No me di por satisfecha con lo anterior y caí en el pecado de una porción mixta de bareniques y tortellinis bañados en salsa pomodoro …¡Qué equilibrio de sabores! Finalmente, para hacer honor a mi sobrenombre, retaqué con un postre de jalea de guayaba acompañado de discreto gorgonzola, algo absolutamente majestuoso. En resumidas cuentas, almorcé tal y como me gusta hacerlo todos los domingos, es decir, a mis anchas, sin remordimiento por las cantidades y degustado un espectro de sabores totalmente diferentes a lo que siempre pruebo por aquellas latitudes. Tres obvias razones me aseguran que allí volveré muchas veces más. La primera, por su cálido ambiente; la segunda, por la deliciosa sazón de Martha; y la tercera, por la simpatía de Maquí y su permanente sonrisa. Si algún lector desea matricularse en la aventura de este delicioso destartale, solo debe de llamar al 537 2609 y allí una ronca voz le dará los detalles para su llegada… esa ronca voz es de la dueña de la sonrisa.
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