| Don Álvaro: Por el pedigríquenos refirió su amigo y tocayo Álvaro Molina y por su clara y encantadora columna de presentación, me nace de lo más profundo de mi estómago el ánimo de escribirle estas cortas líneas para darle mi bienvenida a nuestra sección de la Buena Mesa con la seguridad de que nuestro periódico -aunque quincenal y de provincia-invitando a gente como usted a escribir, día a día consolida la calidad de sus páginas gastronómicas. No es fácil conformar en la Colombia de hoy -ni siquiera en nuestra chirriada capital- un equipo de periodistas especializados, como el de Vivir en El Poblado. Desde hace algunos años Anita Botero, Álvaro Molina, Olga Clemencia Villegas, Julián Estrada, El Tiburón Anfitrión y la que escribe, nos hemos dado a la tarea de comentar acerca de cocinas y comedores con la única intención de poner ante los lectores nuestras modestas opiniones. Habiendo leído su columna referida, tengo el pálpito de que usted es un peso pesado de bajo perfil y silenciosa sabiduría, cuyos comentarios condimentarán nuestra sección como la sal le hace al huevo. Don Álvaro: aunque usted no me ha pedido explicaciones, permítame comentarle cuál es la filosofía que alimenta mis comentarios. Para mí, en estos trajines del periodismo gastronómico no se trata de tener la razón; desde hace más de 15 años respeto con el silencio el mal gusto y procuro -cuando las condiciones lo ameritan-recomendar o disentir con educación y gallardía. No soy especialista de nada, no soy cocinera profesional, soy una observadora y golosa permanente de lo sencillo, de lo trivial, de lo auténtico. Le reitero: llevo más de 15 años escribiendo mis columnas acerca de aquello que todo el mundo conoce y consume cotidianamente, la mayoría de veces, sin ninguna reflexión. Es así como he escrito sobre el vaso de agua, el arroz blanco, la arepa de bola, la empanada de parroquia, el limón del chorizo, el chorizo sin limón, la mazamorra, el dulce de macho, el buñuelo navideño, las patas del chicharrón, el huevo sin sal, la nevera vacía, la olla pitadora, el aroma de la tajada madura y un glosario casi infinito de temas que hoy sobrepasan más de 300 columnas. Desde ya con su deliciosa y afinada presentación estoy convencida de que me llega un colega de la misma cuerda, con quien espero compartir no solo conceptos y comentarios, sino viandas, copas y manteles. Una vez más, sin la autorización de mis jefes, me apropio de funciones y calificativos de las cuales solo yo soy la responsable y por lo tanto finalizo esta pequeña misiva utilizando para usted las mismas sabias palabras con que un día me recibió una anciana cocinera, quien al yo llegar yo de manera súbita a su casa, solo atino a decirme: ‘‘Bien pueda entre mi doña, que aunque esta es casa de pobre… no huelemaluco’’. | |