Mi odisea comenzó hace dos semanas, un viernes, cuando extravié mi tarjeta débito. Ya tenía experiencia en ese trámite, tres veces se me había perdido el plástico, y por tanto sabía que, luego de bloquearla por la sucursal virtual, debía ir a una sucursal física en la que que normalmente me demoraría poco más de una hora para que me entregaran una nueva. Pero ahora estamos en cuarentena, con sus turnos de pico y cédula que, en mi caso, solo me permite hacer diligencias bancarias una vez a la semana.
Como vivo en Envigado, me corresponde los jueves y los domingos, día en el cual no hay actividad bancaria. En Medellín también tengo los martes disponibles desde que el lunes 13 de abril la Alcaldía rotó los turnos, pero su colega de Envigado no hizo lo mismo, y en cambio introdujo controles estrictos en las salidas y los accesos a su ciudad. Así que no tenía otra alternativa: debía esperar al jueves siguiente. Eso me dijeron en la sucursal telefónica. Con la mala suerte de que era Semana Santa. Ese jueves Santo, festivo, no atendían.
Quince días después, este jueves 16 de abril acudí a una sucursal física del Centro Comercial Viva Envigado, cerca de las diez de la mañana. La fila para entrar era larga y espaciada, calculo de unas 30 personas, y avanzaba más rápido para quienes se dirigían hacia las cajas que a la asesorías.
Quien no portara tapabocas no podía ingresar, aunque un cliente se les coló, no sé cómo pues la puerta la abrían y cerraban empleados del banco. Luego lo sacaron, o al menos le pidieron que fuera por uno. Al rato lo vi de nuevo. Tampoco sé cómo no sacaron a la del celular con volumen alto.
En la fila para entrar me demoré una hora. Adentro, otra hora. Adentro había sillas disponibles, pero no las podíamos ocupar todas: una sí, otra no, por aquello del distanciamiento social.
Llegó mi turno y sentí, literal, una barrera entre el asesor y yo. Un vidrio separador que me recordó cuando en las películas veo a un preso hablando con quienes lo visitan. Pero en este caso, claro, es una medida preventiva para prevenir el contagio de COVID-19.
Quince días después, por fin pude reclamar mi tarjeta. Salí cerca de las 12, cuando faltaba una hora para el cierre de la sucursal, aunque afuera la fila seguía igual de larga, igual de espaciada, igual de lenta.
La enseñanza que me quedó es que, en cuarentena, hay que tratar de no realizar diligencias bancarias de forma presencial, solo si es estrictamente necesario, como era mi caso. De lo contrario, un trámite que en condiciones normales tarda unos minutos, durante esta contingencia le hará perder una mañana, hasta esperar varios días para cumplirlo.
Por: Sebastián Aguirre Eastman, [email protected]
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