Durante estos días del mes de diciembre, somos testigos de una transformación rápida y asombrosa del ambiente que nos circunda: luces, música, pólvora y un singular ambiente festivo que nos contagia a todos, pero sobre todo se percibe una vertiginosa carrera por comprar y vender. Es tal la ansiedad, que pareciera que ya nunca más tuviéramos la posibilidad y el gusto por adquirir lo que deseamos. Les invito a diferenciar lo que es diciembre y toda esta expresión cultural, popular y comercial, de lo que es el auténtico sentido de la Navidad.
Corría el mes de diciembre del año 1914, cuando las tropas alemanas intentaron tomar París y fracasaron en su intento. Obligadas a huir hacia la costa, se encontraron con la dura resistencia anglo-belga. El recién coronado papa Benedicto XV hizo un enérgico llamado a la paz, sin ningún tipo de acatamiento por parte de los bandos enemigos.
Era una antigua costumbre entre los alemanes llevar árboles a sus casas y adornarlos para celebrar las fiestas de Navidad. Por esa razón, y con el ánimo de motivar a las tropas que se encontraban en el frente de batalla, para ese 24 de diciembre enviaron arbolitos a cada uno de los batallones.
Había circulado entre los soldados ingleses la siguiente información: “Es posible que el enemigo planee un terrible ataque para la noche de Navidad o el año nuevo; se obliga a tener una especial vigilancia”. Por eso, cuando los guardias ingleses observaron algunas luces en el lado alemán, pensaron de inmediato que se trataba del tan anunciado ataque y sin dudarlo comenzaron a disparar. Paradójicamente aquí comenzó el milagro: el temido enemigo no respondía a los disparos, se escuchaba a lo lejos el coro de lo que parecían alegres villancicos, todo fue evolucionando aquella santa noche de Navidad hasta el punto de que algunos soldados alemanes desplegaron carteles de “Feliz Navidad” incluso algunos de ellos se animaron a salir al descampado para regalar cigarrillos y chocolates. Sus contrincantes, extrañados pero llenos de alegría, entendieron el mensaje. Se logró pactar una tregua para recoger a los caídos y luego confraternizar.
La mañana del 25 fue aún más sorprendente: espontáneamente decenas de soldados salieron desarmados de sus trincheras para estrechar las manos de sus enemigos e intercambiar todo tipo de obsequios. Aquel día, en definitiva, se vivió el verdadero sentido de la Navidad, reflejado en el hermoso estribillo cantado por los ángeles que anunciaron a los humildes pastores el nacimiento del hijo de Dios: “Gloria a Dios en lo más alto del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2, 13-14).
La auténtica Navidad es el momento en el que reina la paz, no para los católicos, ni para los musulmanes, sino para todos los hombres de buena voluntad.
En la Navidad celebramos la alegría de creer en un Dios que se hace hombre, un Dios que sigue confiando en nosotros, que se pone en nuestras manos, un Dios que se hace niño y que aguarda el día en que por fin los hombres seamos hermanos y ese día glorioso será Navidad.
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