La sal es una substancia mineral utilizada desde hace miles de siglos para condimentar y conservar los alimentos. Modifica y resalta el sabor y también el comportamiento humano. Es el más masculino de todos los elementos. En la antigüedad, era además una divisa para comerciar, una moneda de uso corriente. En Grecia se comercializaban con ella los esclavos, era el salario de los soldados romanos, los impuestos a la sal contribuían al sostenimiento de los monarcas ingleses, su monopolio en la realeza fue una de las causas de la Revolución Francesa.
La sal tiene fuerza, sabor. De sal derivan palabras tan fundamentales como salud, saludo y ensalada. Habla de vida y de amor, genera confianza, seguridad y protección. Fija las experiencias en nuestros sentidos, en nuestra sensibilidad. Le imprime un carácter único y personal a las vivencias: el líquido amniótico, mis lagrimas, mi sudor, mi sangre, mis valores, todos ellos dan gusto y sabor a los acontecimientos y también conserva para bien o para mal y ayuda a sanar, a encontrar con saliva alivios inesperados.
Permite sentir la herida abierta y cura, como si pusiera una película, un sentimiento nuevo a lo resentido. La sal es soluble, es el proceso de acción en el sudor, en las lágrimas, en la orina… y le da un valor agregado a la acción que realizamos. Humaniza.
Cuenta la alquimia que la sal ayuda a curar todos los traumatismos. Es más, los considera como una mina de sal, porque toca lo que es esencial al hombre, lo que le permite guardar la memoria incorruptible y que nos hace pensar en el inicio de la historia personal. La sal nos recuerda que somos sujetos vulnerables y capaces de transformación.
Hablar de la sal en esta serie de artículos que pretenden establecer lazos con la fuerza del Yo Soy, tiene dos polos principales. Uno que tiene que ver con el Antiguo Testamento, con la mujer de Lot. Se piensa en ella y se sugiere que su curiosidad la convirtió en estatua de sal ¡Y resulta que la sal era considerada como un símbolo de sabiduría! Y la mujer de Lot marca ese espacio que es el Mar Muerto, el mar de sal, el límite entre la tierra que debía dejar atrás Abraham, la tierra de sus padres para ir hacia él mismo y la tierra de Lot antes de la purificación por el fuego de Sodoma y Gomorra. Ella sabía, era sabia.
Y el otro polo, dentro de la vida cotidiana, es que somos la sal de la tierra. Son nuestras acciones las que permiten que la tierra, que la vida, sea siempre una experiencia nueva y renovada, que las heridas sanen y conserven su valor transformador, que cada día tenga y mantenga su sabor vital especial. Que nuestras lagrimas nos recuerden experiencias ancestrales, que el sudor del hacer lo mejore, y todo vibre con más sabor conservando siempre ese fuego y poder esencial que mantiene la vida con su sabor inigualable.
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La sal del mundo
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